Por Bruno Bosio

Camino de Concepción a Andalgalá
Hay viajes planificados. Hay viajes improvisados. Hay viajes obsesivamente planificados. Hay totalmente desorganizados. En unos viajes el gps manda y en otros la suerte canta. Existen viajes en donde la experiencia resalta y otros en que la inexperiencia se paga. Y a veces, se paga muy bien y en otras, muy mal.
El siguiente relato corresponde a uno de estos últimos tipos de viaje. Ojo: no piense que en los viajes, como en la vida, existen reglas deterministas y generalizaciones irrompibles. A veces, la expericencia engaña y la inexperiencia nos regala una muy buena pasada. Como en el siguiente relato:
Ruta de Viaje:
– Santa Fe a Tucumán en tren
– Tucumán a Concepción en ómnibus
– Concepción a Andalgala a dedo por RN65 Y RP48
– Andalgalá a Belén a dedo
Esa era toda la planificación.

Una vez más, el viejo y querido tren a tucumán
LLegamos a Concepción, a 85 km de la capital tucumana. Uno de nuestros primeros destinos para quedarnos unos días era Andalgalá, en tiempos donde la lucha contra la transnacional «Alumbrera» y su nefasta minería a cielo abierto, estaba muy latente, resonando, movilizando y haciendo eco en gran cantidad de personas, tanto en sus voces a favor como en contra.
A las 5 de la tarde (el retraso excesivo del tren nos demoró), comenzamos a hacer dedo desde la salida de Concepción hacia Andalgalá. Autos, camionetas, motos, pasaban contantemente por nuestro lado. Buena señal: hay tránsito, la ruta es concurrida.
18:30 hs: Nuestros dedos siguen con confianza levantados, nuestros ánimos también.
18:45 hs: El sol se va escondiendo. El cruento frío de fines de Julio comienza a estremecernos.
19:00 hs: Nuestros pulgares y ánimos comienzan a decaer lentamente. Tres preguntas y ninguna respuesta: ¿ Por qué nadie nos levanta? ¿Por qué no pasan camiones ni ómnibus? ¿Dónde hacemos noche en Concepción si el dedo fracasa?
19:15 hs: El sol ya dijo hasta mañana y solo quedan unos pocos rayos de luz de atardecer. Nuestros ánimos y pulgares a punto de desistir la operación.
19:16 hs: Retirada total. No hay plan B, ni C, ni D.
Con los kilos de más de decepción y resignación, que cargan unas mochilas derrotadas en la primer jugada del viaje, caminamos hacia la primer casa que vimos. Tocamos timbre. Una mujer de cabello negro, de unos 35 años aproximadamente nos atiende. El pesado trayecto de la ruta hacia la casa, con mochilas destilando un sutíl mal humor era cosa del pasado; ahora nos enfocamos en conseguir lo que sigue: pasar la noche en Concepción. Mañana será otro día.
Sorprendida, la mujer escucha nuestra pequeña historia: venimos de Santa Fe, queríamos ir a Andalgalá, pero no nos llevó nadie. Se hizo de noche, tenemos poco dinero pero tenemos carpa. ¿Sabe de algún camping municipal o parque para acampar?
Ojos extrañados y desconcertados se quedan mirandonos fijo ante la pregunta. Un cuerpo cubierto de varias capas de lana, con polainas, bufanda y campera de alpaca brillantes, intenta esbozar una respuesta. Largos segundos observamos y esperamos, hasta que el sonido salga de su boca. Lentamente fuimos escuchando:
«mmm..el único camping que hay está cerrado…por la temporada baja..por el invierno.. No sé si hay algún parque o plaza que se pueda..»
Mientras las letras A y H salían de nuestras bocas una y otra vez, seguidas de un pequeño silencio, en uno de esos flashes de recuerdo, sinónimo de «se te prendió la lamparita», Celia, la mujer, nos comenta que hay un club de barrio que quizás, si hablamos, nos deje acampar.
A todo esto, Celia ya se había puesto la camiseta con la situación. Nunca manifestó intención de descartarnos, darnos cualquier respuesta y cerrarnos la puerta en la cara. Al contrario, ahora era la capitana y comandaba la misión del equipo.
Ya adentro de su acogedor hogar, llamadas sin que nadie atienda al club, llamadas con largas explicaciones a parientes y amigos de los dirigentes del club, esculpieron el segundo round de la pelea por conseguir un lugar. El primer round ya se había perdido al descartar la opción del camping municipal.
A todo esto la situación había cambiado. No nuestros definidos ambos roles. Nosotros espectantes, rogando conseguir un lugar, trantando de calmar y relajar el nerviosismo en aumento en la mujer al intentar resolver el quilombo en el que la habíamos metido y, y que no se esperaba, desde que tocamos el timbre de su casa. Celia, con la mochila más que puesta al hombro seguía comandando y barajando las posibles soluciones a la situación. Con la empatía de norte, ya no nos buscaba un lugar para que podamos acampar, su «cruzada» era por cuatro paredes y un techo. Una grosa.
Mientras las llamadas telefónicas continuaban de aquí para allá, a familiares, amigos, vecinas y quien sabe quien más, Celia nos explica porque no nos levantó nadie en la ruta. Primero, como un pequeño reto maternal, nos dice que era muy tarde para hacer dedo (agachamos la cabeza como perro que se mandó alguna). Segundo:
«Hoy es Martes, nadie toma esa ruta ni va para Andalgalá…ni ómnibus ni camiones..solo algún que otro auto o repartidores de papa que salieron temprano..a las 8 de la mañana…seguro mañana a esa hora también salgan»
Escuchamos atentamente el remate final:
«La ruta es vieja…de tierra…tiene poco tránsito»
Fuertes palabras, demoledoras, pero portadoras de una gran dosis de enseñanza. Las rutas para hacer dedo, no se planifican únicamente con un mapa, es necesario indagar más el estado de las mismas, si son transitadas o no, que tipo de camino es, si hay pueblos de por medio, etc.

A la misma hora que dijo Celia, la chata que transporta papas, nos llevó
Tocan la puerta. Una mujer de ropas y maquillajes elegantes, cabellera rubia con rulos, de unos 50 o 60 años, con movimientos de cuerpo y de garganta apresurados, se presenta. Se llama Nelly, es concejal de la ciudad, y se acercó a la casa, tras el llamado de su amiga Celia. Nelly nos saluda rapidamente y comienza a indagarnos de preguntas. De donde somos, que hacemos en la ciudad, que estudiamos, adónde vamos y otras más. Instantaneamente nos miramos con Agos y como si una conversación telepática paralela se diera entre nosotros en cuestión de segundos, entendemos que estamos a pasos de conseguir un techo, pero para ello, debíamos acertar una jugada política, adaptando y transformando solo un poquito, nuestro discurso de presentación. En el interrogatorio de Nelly y en sus formas de actuar, «olímos» (tal vez erroneamente hicimos una suposición), unos aires de superioridad humana, política y juridiccional, que se podrían resumir en: «Soy concejal de la ciudad. Puedo conseguirte lo que necesitás, pero, ¿vos quién sos? ¿Qué me das a cambio?
«Somos Agostina y Bruno, ambos estudiantes universitarios de Ciencias Sociales. Vinimos 10 días a Tucumán y Catamarca a realizar un trabajo científico de estudio sociológico de campo», largamos.
Tal vez nos «cominos el viaje» con Nelly. Podríamos haber dicho la verdad, no con lo relativo a estudios en Ciencias Sociales, que si lo era, sino con que estábamos viajando con poco presupuesto, no había hostel barato, no teníamos para un hotel, estudiamos mal la ruta para hacer dedo, y hacía un frío extremo para dormir en carpa en un camping que estaba cerrado. Elegimos el otro discurso. Y funcionó.
A los minutos nos encontrábamos en el auto de Nelly llevándonos a un hotel de tres estrellas., conseguido gratuitamente para nosotros esa noche, a través de una fugáz llamada telefónica de la concejal. Unos minutos antes, despedimos y agradecimos enormemente a Celia por toda la ayuda. En la puerta del hotel, hacemos lo mismo con Nelly, chochos de alegría y asombro por como había cambiado nuestra situación de una hora para la otra.
Subimos las escaleras. Abrimos la puerta de la lujosa habitación, desplomando nuestras mochilas y cuerpos en la cama. Cantamos repletos de carcajadas y felicidad por las impensadas variabilidades de acontecimientos sucedidos en esta tarde – noche.
Prendemos la tele por unos instantes. La placa de un noticiero disparaba: «Ola polar en el país». Nos miramos, observamos la carpa sin abrir en el piso, y nos reímos.
«Gracias, buenas noches», le dijimos a la vida.