CRÓNICAS DE UN VIAJE ANECDÓTICO (parte 1)

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El sur de India es una caja de sorpresas, un escenario teatral en el que hasta lo impensado e inimaginable puede suceder. A cada rato, en cuestión de minutos o segundos, cada escena cotidiana se puede convertir en la llave que abra las puertas de tus más intensas emociones. Te sorprende, te saca una sonrisa, te amarga, te quiebra a carcajadas, te deja en llanto, te estresa, te desata una ira, te enoja, te despierta, te duerme, te empuja, te deja enchilado, te convierte en una marioneta, te enseña, te desvela, te paraliza, te pregunta y te responde, te pide y te dá, te hipnotiza, te acostumbra. Nada es estático, nada está dicho. Así es la India del sur.


Último día en Negombo, Sri Lanka – tirados en la cama del hostal, 11:15 pm, a punto de dormir.

A: «Pongo el despertador tipo 9 am?
B: «Noo mas tarde, el vuelo es a las 2 pm»
A: «A ver…fijate bien el horario por las dudas»
B: » Pero si es a las 2 de la tarde…vamos a dormir que ya es tarde»
A: «Dale, buscá el boleto y fijate por favor..para estar seguros»

Pese a mi desgano, hago un esfuerzo y me levanto a buscar la impresión del boleto en la mochila.

B: «Che acá no dice 2 «pm».
A «qué????
B: «Es ahora a las 2 am, salgamos ya!!!!

Así fueron las horas previas de nuestro viaje a India, entre corridas medio sonámbulos para alcanzar a tomar  un vuelo que casi perdemos.

En realidad los problemas con este país empezaron antes. Ya en la embajada de India en Copenhagen quisimos tramitar la visa de 6 meses y luego de varios problemas burocráticos y de papeles nos dice la empleada que esa visa había cambiado en 2017 y ya no era gratis para argentinxs. Ahora salía 150 dólares. Una fortuna. No sabíamos si era un «curro» de esa embajada ya que toda la información en internet decía que la visa era gratis para nacionales argentinos. Quizás sea verdad, pero lo dejamos ahí, es mucho dinero. Apostamos por la otra visa, la electrónica, gratuita y por dos meses. Ups, problema. Como pensábamos sacar la visa de 6 meses ya habíamos sacado un vuelo hacia Madurai. Claro, la visa eléctronica no la aceptan en cualquier aeropuerto y como somos tan suertudos, en Madurai no la aceptan.

«Ok, cambiamos el vuelo.
Si pero hay que pagar el cambio.
Que cagada, ya arrancamos muy mal!»

Con esta serie de sucesos empezaron los problemas con este país. Mucho antes de siquiera poner un pie en el mismo. En estos casos el 100 por ciento de la responsabilidad fue nuestra, pero ya íbamos sintiendo que se presentaban muchos inconvenientes antes de partir.

Día 1: EL ARRIESGADO DESAFÍO DE CRUZAR UNA CALLE (Y MOVERSE DE UN PUNTO A OTRO)

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Aterrizamos en la populosa Chennai a la madrugada, todavía se mostraba bastante tranquila y despejada. Un grupo de colegiales nos indican el lugar de la estación de tren, en un inglés de marcado acento británico. Sin un plan definido avanzamos en busca de un pasaje a algún lugar.

Al entrar empezamos a caminar a la par de un pibe muy curioso que nos pregunta de dónde somos y hacia dónde vamos. En verdad lo único que teníamos era un mapa del sur de India dibujado a mano por nuestro amigo francés Sergio, que días antes conocimos en Sigiriya y nos adelantó parte de lo que viviríamos, siendo un gran conocedor de estas tierras, a efecto de las 7 veces que la había visitado. Miramos el garabato y le decimos al pibe que queremos ir a Pondicherry.

Con sus manos levantadas a la altura de los hombros, nos pregunta si vamos a Auroville. Quéee? Nooo, nosotros vamos a conocer la ciudad, la gente, nada de meternos en los famosos Ashram para aislarnos del mundo. El nombre nos sonaba conocido pero ignorábamos de que se trataba. El pibe de las manos alzadas empieza a entender y con gran predisposición habla con el hombre de la boletería y con otro más que pasa y con alguno que viene a colarse y de pronto somos 6 personas ocupándonos del mismo asunto. Eso aprendimos, en India nunca se está solo para tomar una desición, abundan lxs asistentes voluntarios que espontáneamente aparecen como si te conocieran y te asesoran insistentemente sobre qué hacer, cómo y cuándo. Al principio fue chocante, pero con el pasar de los días le fuimos tomando cariño a esta particularidad de los indios.

La mezcla de no dormir, más la resaca de avión, más que las luces eran bajas en ese lugar, no nos dejaban terminar de darnos cuenta si lo que veíamos era real, y sí, nuestro ángel de la estación, tenía las manos empapadas en algo blanco desde la punta de los dedos hasta las muñecas, y las mantenía en alto como protegiéndolas, sin tocar nada, lo que hacía que parezca un personaje muy teatral. Pero eso sería tan solo una pequeña introducción a un mundo de rostros y cuerpos pintados de las mas diversas maneras. Conseguimos nuestros boletos y contentos nos vamos al andén, el tren se hace esperar 1 hora pero llega.

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No pudimos ni entrar al vagón, solo pudimos asomar las cabezas para mirar el panorama pero estaba abarrotado de gente. Nos quedamos parados en el amontonadero, en la intersección entre un vagón y otro justo en la entrada del baño, ahí nomás de la puerta de salida como para respirar unas bocanadas de aire, sin poder bajar las mochilas con sus 18 kg que para el momento parecían 50. El tren avanza a 30 km por hora pero eso no es lo peor: sigue subiendo gente! Y el espacio se hace cada vez más estrecho, más apretado. El tren ya se va conviertiendo en un horno de humanos hacinados cocinandose al paso lento del ferrocarril.

A este paso, 4 horas y media para hacer 123 km? . Nos bajamos en la próxima estación. Los dos caímos desmayados en una banqueta, no podíamos evitar dormirnos y hacíamos el esfuerzo de alternar entre el sueño de uno y del otro para mirar de reojo las mochilas. Cuando logramos reponernos y cargarlas nuevamente, preguntamos por el bus y nos mandan del otro lado de las vías donde una calle al estilo autopista es transitada por toda clase de transportes a máxima velocidad.

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Vemos un humo marrón suspendido en el aire que se agita y arremolina con el pasar de los buses. Ante la falta de un puente peatonal y/o semáforos, la gente cruza a los piques, hombres, viejos, familias, mujeres con bebés, niñas solas con mochilas escolares, arriesgando literalmente su pellejo, con total naturalidad. Nos damos cuenta que hay una técnica para mandarse entre coche y coche sin morir aplastado. Pero estábamos muy lejos de poder incorporarla en nuestra condición. Sí o sí teníamos que hacerlo si queríamos conseguir llegar a Pondicherry ese día. Al cabo de un rato contemplando esta escena, observando los tiempos de cada tipo de transporte, decubrimos que unos buses blancos son más propensos a desacelerar cuando alguien viene cruzando. Juntamos fuerza, nos ajustamos bien las correas de las mochilas, en sus marcas, listos…VAAAMOSS DALEEE , SEGUILO A AQUEEEL!! PARAAA!! CUIDADOOO!! UFF, parecía imposible pero lo logramos, no sin agitar nuestros corazones y ver la muerte tan de cerca. ¿Cómo puede ser que algo tan cotidiano como cruzar la calle se convierta en un desafío extremo con altos niveles de estrés físico y mental? ¿Esa es la intensidad de la que tanto hablan sobre India?

Conseguimos un bus luego de media hora de preguntar, sin éxito, a todo lo que paraba por esa autopista. Subimos de un salto a un colectivo en movimiento, pagamos como 5 boletos porque al controlador se le ocurrió que teníamos que pagar por nuestras mochilas como personas, sentados en una banqueta de hierro con una goma que antes era espuma y el respaldar absolutamente recto; viajamos dos horas durmiendo con el cuello doblado y los oídos maltratados por las bocinas en altos desiveles. La terminal de buses es un circo de bocinas que no paran de chillar y pasan por todas las variantes de escalas músicales que pueda haber en este mundo. Se nos cae la cabeza de sueño y el cuerpo busca acurrucarse en algún banco para dormir, pero estamos recién llegados a India y necesitamos hacer las cosas rutinarias cuando se llega a nuevo país: cambiar plata y buscar donde dormir.

Nos cruzamos dos mujeres de unos veintitantos de pelos enrulados y rubios. Estaban descalzas en medio de esa terminal llena de escupitajos y bosta de vaca, pero se las veía muy a gusto. Después de dar varias vueltas me animo a preguntarle a una de ellas si sabe de algún alojamiento por ahí cerca. Me dice que todo aquí es muy caro pero que podemos ir a un sitio cercano donde abundan las casas de alquiler y los campings en la naturaleza. Abro los ojos como habiendo escuchado sobre la ruta al cielo en medio del hades. «Vayan al centro de visitantes de Auroville y ahí los van a ubicar», nos dice en un inglés intercalado con otro idioma que no logro identificar. Son de Israel y viajan hace 5 meses por India, vienen desde Nueva Delhi y encontraron por aquí la ecoaldea Sadhana Forest donde viven a cambio de colaborar en los huertos y en la bioconstrucción 5 a 7 horas diarias, aunque también pagan un monto que nos pareció inexplicable por la cantidad de trabajo que hacen. Les agradecemos y las despedimos con la promesa de ir a visitarlas.

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Paisajes en la estación de autobús. El espectáculo de colores que se ven en India, si que es inolvidable

Sin mucha más opción, sospechando que se trataría de un lugar megaturístico, nos subimos a un «tuktuk», o «rickshaw», el medio de transporte por excelencia que consiste en una moto con 3 ruedas y una cabina para los pasajeros. Le regateamos el precio al chofer pero ibamos perdiendo de entrada ya que no teníamos idea sobre las tarifas en este lugar, hicimos una especie de trato en el cuál nos llevaría de camino a una casa de cambio, luego del intento fallido de Bruno de salir a caminar para encontrar alguna. El tipo se tomó el viaje muy a pecho, él decía que eran más de 20 km cuando sabíamos muy bien que eran máximo 8km. Puso cara de tigre enjaulado y empezó a esquivar autos, gente, otros tuctuc, vacas, carros, a toda velocidad, sólo disminuyó para detenerse frente al templo, pintarse la frente de blanco con 3 dedos y hacer un rezo. Y sí, para conducir en estas ciudades realmente hay que tener varios dioses a disposición. Nos lleva a la casa de cambio pero no nos deja entrar, primero entra él, en una actitud muy sospechosa y nos dice, no, vamos a otra, y así nos tiene hasta el tercer lugar que nos hartamos y le dijimos que él no tenía porqué entrar, que era nuestro asunto y que espere afuera. Igual entra y habla con el que nos hace el cambio para, imaginamos, pedirle una comisión. Seguimos viaje, el paisaje se pone más verde y se ven muchas tiendas de ropa hindú, turistas extranjeros y restaurantes, parece que llegamos a la famosa Auroville. De pronto nuestro malhumorado chofer empieza a preguntar «Hotel? Hotel?» y le decimos «No! vamos al centro de visitantes!» , y nos sale con que es muy lejos, y se empieza a quejar; nos ponemos serios e insistentes diciendo que nuestro trato fue hasta el «Centro de Visitantes», no había chance de que nos deje ahí tirados en el camino con las mochilas. Aún habiéndonos cobrado un sobreprecio, el tipo nos intenta despachar mucho antes.

Un heroico comienzo, síntesis consisa, breve y fiable adelanto de lo que viviríamos las semanas siguientes.

AUROVILLE: UN PARQUE DE DIVERSIONES PARA EL PRIMER MUNDO EN MEDIO DE INDIA.

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Llegamos a la mundialmente famosa «ecoaldea» de Auroville. Un proyecto que abarca 25 km a la redonda donde se alzan monumentos más propios de una ciudad europea que de un rincón de India, con megaestructuras futuristas y grandes centros de exposición sobre culturas del mundo y sobre la vida y misión de sus fundadores. A primera vista el lugar es muy prometedor, el solo hecho de contar con dispensers de agua potable y baños limpios lo convierte en un oasis para estos cuerpos sedientos de descanso.

Conseguimos acampar en el llamado «African Pavillion» donde nos daban la opción de trabajar tres horas diarias a cambio de pagar la mitad de lo que valía la estadía. Lo hicimos el primer día y después desistimos ya que caímos en la cuenta de que el trabajo era bastante y a la vez ninguno de los voluntarios trabajaba realmente. Las tareas principales eran desmalezar un area boscosa llena de espinas y regar árboles transportando pesados cubos de agua por largas distancias.

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Lo que más nos atraía de este lugar era la promesa de una noche de tambores y danzas alrededor de un gran fogón. Y así sucedió. Como hacía rato no teníamos…pasamos una noche de música y mucho baile bien tribal, en la que sorpresivamente aparecieron nuestras conocidas de Sadhana Forest y les volvimos a agradecer por guiarnos hasta allí.

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Había varias opciones para comer en el lugar, por un lado estaba el restaurante donde servían comida India por dos euros, en un espacio muy bien instalado donde las jefas de cocina eran un par de francesas que controlaban que todo sea limpio y ordenado. Luego habia un puesto donde vendían un chapati enorme con tres salsas a elección, todas picantes nivel 10.

Y estaba la cafetería que vendía deliciosa comida vegana, tortas y variedades de café, a precios Europa, donde el internet era gratis y toda la gente cool de la comunidad se sentaba a intercambiar sus experiencias terapéuticas y meditativas, venían hordas de mujeres vestidas de lino blanco con mucho glamour, con la mirada relajada y brillante, como si acabaran de entrevistarse con Dios.

La gente local sólo se la veía trabajando, permanentemente había mujeres vestidas con unos saaris muy elegantes, barriendo con escobas hechas de ramas, hombres arreglando puertas, techos, luces y lo más interesante de todo este circo: los esclavos. Sí, no hay otra manera de definir a esas personas que trabajan en la construcción, SIN GUANTES, SIN ZAPATOS, envueltos en trapos, con la piel rasgada por la cal, bajo el rayo del sol en las horas más críticas, agarrando con sus manos el cemento para hacer una vereda, un cantero, encastrando ladrillos de piedra para hacer un camino por el cuál, al mismo tiempo, transitaban muchisimas personas. O sea, haciendo un camino con gente que pasa muy de punta en blanco llegando a sanar su alma por miles de dólares, mientras esquiva indiferente a esas personas trabajando en pésimas condiciones. Y qué decir del concepto de «Eco-Aldea» mientras llenan de cemento todo el predio, y le pintan la cara a la villa para recibir al Primer Ministro del país que llegaría de visita pronto.

India, país único y especial, tierra de excesivos contrastes. No está siendo nada fácil entenderte ni viajarte. ¿Vendrán días mejores?

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Si querés saber más sobre nuestro paso por India, te invitamos a leer «CUANDO LAS MALAS EXPERIENCIAS SON PARTE DEL VIAJE», las CRÓNICAS DE UN VIAJE ANECDÓTICO (PARTE 2) y el RECORRIDO FOTOGRÁFICO

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