TIERRAS GUARANÍES

Por Bruno Bosio


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«Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás» (Atahualpa Yupanqui)

“M`aeiya`ba” pregunta uno. “Y`pona” le contesta el otro. Así comienza el saludo básico en guaraní. Paraguay es un mundo. Con cosas al igual que otras partes del mundo, como autos último modelo, cervezas y niños trabajando desde que son niños. También tiene pueblos y ciudades, políticos vendepatrias y multinacionales poderosas como en otras partes del mundo. Pero algo tiene Paraguay que no tiene el resto.

Ubicado en el corazón de Sudamérica, país poco frecuente para turistas, viajeros y mochileros, es un territorio con gran riqueza cultural, humana y natural, posible de sentir, compartir y palpar gracias a su precaria y mínima infraestructura turística en hoteles, hostels o campings, viéndose el viajero y viajera de bajo presupuesto, si quiere conocer mas allá de la ciudad capital, obligado a conseguir alojamiento de diversos modos, entre ellos,  la vieja y fácil receta de: «hablar con la gente local».

Con un calor agobiante en verano, sus calles respiran su bebida nacional, el “tereré”, palabra onomatopéyica de origen guaraní referida a los últimos sorbos que suenan al succionar esta bebida compuesta por yerba mate, agua, hielo y distintas hierbas naturales. El sabroso chipa – guazú, clásica comida guaraní a base de torta de maíz o pastel de choclo, es una de las 70 variedades de chipa a la venta en puestos callejeros o restaurantes.

Español y Guaraní son sus dos idiomas oficiales, siendo este último el más hablado a lo largo y ancho del país de menos de 7 millones de habitantes. Tras apenas uno alejarse de Asunción, la capital donde predomina la comunicación en español, pueblos enteros en todas las latitudes, continúan hablando su lengua ancestral, tan difícil y complicada como son el chino o el ruso para tantos hispanoparlantes.

En un país de contrastes, con grandes carencias y desigualdades sociales, su inexistente industria obliga a la importación de casi todos los productos que consume, teniendo solo cuatro grandes esferas de exportación: energía eléctrica, soja transgénica, mujeres para explotación sexual, y las más profundas y originales polkas y chamamés que tanto han deleitado y bañan de alegría sacando a bailar a sus oyentes, y que cotidianamente, suenan en cada esquina y rincón de esta gran tierra de historias y hospitalidad a cada paso.

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Algo de su música: “Los zorsales de Caacupe” – “Emiliano R. Fernandez” – “Dúo López – Ramirez” – “Samuel Aguayo” – “Flaminio Arzamendia”

SOBREDOSIS DE MANGO ENTRE AUTÉNTICOS TERERÉS E INFINITOS CHAMAMÉS

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Salimos de Santa Fe con la idea de llegar a dedo a Asunción, Paraguay. Arrancamos Leonel Ceballos y yo. Mauro Cantero se uniría al viaje en Asunción unos días después. Con Marcos Ganchner nos encontraríamos una semana después.

En el primer día hicimos 550 kms llegando hasta Resistencia, Chaco. Hicimos noche en el camping municipal de la ciudad. Ahí empezaron las lluvias. Tres largos días de aguaceros torrenciales sin descanso nos obligaron a seguir el camino que quedaba en ómnibus ya que Mauro nos esperaba en Asunción.

Bajamos del cole urbano que une la ciudad fronteriza de Clorinda en Formosa con Asunción, caminamos media cuadra y un paisano sentado en un banquito de madera nos saluda cordialmente, nos da la oficial bienvenida a su país y nos invita a sentarnos a compartir unos tererés. Que placer! Que mejor entrada a Paraguay que recibiendo una grata invitación a degustar el original tereré y cruzar unas palabras con alguien. El señor se llama Carlos, es albañil, trabaja en la casa que está a nuestras espaldas y momentáneamente está en el descanso del mediodía. Como nos iría sucediendo día tras día con muchas personas, nos pregunta porque motivo vinimos a su país y se sorprende mucho cuando le contamos que deseábamos conocerlo viajando a dedo. Claro, después entenderíamos que para muchos nacionales el solo hecho de ver turistas es algo que llama la atención; cruzar un par de locos mochileando y viajando a dedo por su país, algo totalmente atípico.

Pasamos una noche no tan agradable en una comisaría de Asunción (ante la falta de campings cercanos y couchsurfing que no salió, pedimos armar la carpa en el cuartel de bomberos y policía, siendos estos últimos los únicos que nos permitieron), donde después de la negativa de los bomberos, un comisario sentado en su oficina, nos miró de reojo y sin dejar de mirar su celular nos dió el afirmativo para armar la carpa en el patio, al lado de un calabozo, frente al abultado depósito de motos secuestradas. El último día del año, un 31 de diciembre, amanecidos en el patio de una comisaría, juntamos rápidamente nuestras cosas, fuimos al épico encuentro con Mauro Cantero y decidimos emprender camino a la mítica Ybycuí. Sin saber muy bien adónde íbamos, ya que nos olvidamos por completo de conseguir o imprimir un mapa (nuestros celulares del momento no contaban con maps), un colectivo sin baño y repleto de gente, realizó los 123 km que separan la capital del país de Ybycuí, en el departamento de Paraguarí, en dos horas y media. Más tarde nos daríamos cuenta que en casi toda Paraguay predominan ómnibus de hace 50 años atrás, con un paso de caracol y un calor infernal en verano, pero con una verdadera mística y particularidad que harán de los viajes en estas máquinas sean toda una odisea de disfrute.

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                                    Los colectivos son verdaderas tormentas de facha

Las Sierras de Ybycuí es un macizo situado en el centro y este del Departamento de Paraguarí y forma parte de la hoy llamada Meseta Brasileña. Arribamos cerca de la 4 pm, con 40 grados de calor y la real sensación de estar cada vez más cerca de una imponente selva.

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Algunas señales nos iban diciendo que ya habíamos dejamos atrás el ritmo acelerado de la gran capital para adentrarnos lentamente en la magnífica tranquilidad con alma pueblerina que una pequeña «ciudad» manifiesta. Exuberante vegetación en cada rincón que uno mire, chacras y haciendas con diferentes cultivos con una gran predominancia de la mandioca, jóvenes y ancianos en la puerta de su casa tomando terere, observando quien sabe que, mientras se disfruta del silencio de la siesta, solo interrumpido por algún perdido chamamé sonando desde una vitrola o radio o por gritos de niños y niñas que corretean y juegan relajados en la calle.

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                                                   La intocable siesta sagrada…

A los minutos de llegar, desplomamos nuestras mochilas y nuestros cuerpos en una pequeña plaza frente a la terminal de ómnibus, cuasi refugiados en la sombra que unos pocos árboles pueden aguantar un sol partiendo la tierra y una térmica que se acerca a los 50 grados. Un hombre con unos pocos cabellos blancos, de pantalón corto y camisa blanca desprendida que aparentaba unos 50 largos, se acerca y nos pregunta si queremos ir al Parque nacional, ubicado a unos 25 km del centro de la ciudad (principal atractivo de la zona, sus arroyos y cascadas heladas en el medio de la selva son una oasis en verano), que él es taxista y nos podría llevar, ya que a esa hora ya no habían más ómnibus hacia allá, y debíamos esperar dos días hasta el próximo. Pese a su sorpresa, rechazamos la oferta del amistoso don llamado «Justo», aclarandole que estábamos exhaustos tras haber estado una semana entera viajando a dedo desde Santa Fe, Argentina, con una larga parada imprevista de 3 días en el camping municipal en Resistencia, Chaco (las lluvias permanentes no nos dejaban continuar), y deseábamos descansar y relajar de tanto trajin y pasar año nuevo en la ciudad. Luego de ir y venir, y de insistirnos varias veces más con su oferta, desistió de la misma y nos ofreció pasar año nuevo con él en su casa, ya que estaría solo, porque su mujer se encontraba trabajando en Ciudad del Este, y podríamos poner las carpas en la puerta de su hogar, al lado de la calle de tierra, frente a la tranquila terminal de ómnibus. La ciudad no contaba con campings ni hostels para pasar la noche, asi que la invitación del baqueano fue más que bienvenida. A escasos minutos de haber llegado, Ybiycuí ya mostraba sus primeros gestos de hospitalidad.

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                Mauro y Leo. La felicidad que una gran sombra de árbol sabe dar.

La casa de Don Justo aparentaba de unos 100 años atrás con poco y nada de mantenimiento (luego nuestro anfitrión nos confirmaría este «sondeo»), con techos bajos de tejas de antaño, una pequeña cocina, una habitación donde el dormía, una especie de living que contaba con un ventilador de techo con toneladas de telarañas pero que por suerte funcionaba (donde dormimos las largas noches lluviosas y calurosas) desbordado, al igual que el pequeño patio, de cosas materiales en uso y en desuso, entre chatarras, papeles, libros, una moto, latas de cerveza y basura misma desparramada en cualquier lado, afuera y adentro de la casa, junto a incontables artículos más. En varias oportunidades, Justo nos pedía disculpas por el estado de desorden y basura tirada en su casa, y nos repetía que así era porque su mujer estaba ausente, haciéndonos entender que ella es la encargada de la limpieza. Para su sorpresa, los cuatro nos pusimos manos a la obra en la tarea y en pocos minutos el ambiente se volvió más habitable.

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Si no hay un camping en el pueblo, cualquier lugar se convierte en uno en cuestión de minutos…

Ya instalados en su casa, previendo el menú para la última noche del año, nos sentamos en la puerta de su hogar a compartir unos tererés y cruzar unas palabras, mientras el almacén de al lado trabajaba sin parar al son de interminables discos de chamamé en guaraní. Don Justo fue conductor por cuarenta años de la única empresa que une Asunción con su ciudad, dedicándose ahora a realizar viajes en su taxi. Entre charla y charla, nos cuenta que en Ybycuí la gente se comunica principalmente en guaraní, y que si uno se dirige a alguien hablando español, pueden entenderte pero pocos contestarte. Eso lo comprobamos a los minutos visitando el cercano almacén e intentando hacernos entender con las pocas palabras en español que nos dirigían sus dueños y las poquísimas y mínimas palabras que nosotros aprendimos en guaraní. Una vez mas el lenguaje de señas salvaría la situación. Un rato mas tarde, recorriendo las calles de la ciudad, veríamos que muchos jóvenes si manejan el español con más fluidez que los adultos.

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                                     Justo Chavéz y su mural, en la puerta de su casa
 

Sentados rodeando el aljibe que se luce en la puerta de su morada, de mas de un siglo de existencia y aún en funcionamiento, Don Justo nos enseña que el delicioso mango es la fruta por excelencia en Ybicuí. Nos indica donde buscar los mejores árboles del barrio. Realmente uno puede abastecerse en cualquier momento de esta fruta ya que sus árboles adornan casi todas las calles, cuadra a cuadra, teniendo este sabroso manjar al alcance de la mano para saciar un poco el inmenso calor y proveer de energías el cuerpo durante el día. Mango y Tereré componen las principales fuentes de refresco de un verano en Ybicuí. Y así ejercitamos esta dieta durante el día. Por supuesto que acercándose la noche, unas cervezas bien heladas también fueron buenos ejemplares de hidratación.

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             Así luce una calle cualquiera en Ybicuí. Mango para todas y todos
 

Luego de una noche de año nuevo con algunos vientos refrescantes pero bajo agua, un sol radiante nuevamente nos levantaba acalorados de la carpa. El ya apropiado desayuno de mango y Tereré, mezcla depurante si las hay, otra vez nos invitaba a rodear la tibia sombra acaecida alrededor del viejo aljibe. Minutos atrás, Justo arrivaba a su vivienda luego de aceptar la oferta de un bar amigo de desayunar chorizos y variadas carnes rojas con un poco de arroz y ensalada. Más tarde nos contaría que así es el desayuno elegido por gran parte de ybicuenses. Entre vuelos filosóficos y tererés digestivos observábamos el espectáculo que desde tempranas horas de la mañana sucedía en la calle de enfrente. Un hombre había armado un largo tablón de madera sobre un costado de la calle, desplegando infinidad de montículos de hierbas que no dejaban un solo espacio libre en la mesa.

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A su lado, una cola de autos Mercedes benz y grandes 4 X 4 hacían fila esperando los servicios del «hombre de las hierbas». Como un paréntesis, Don Justo nos aclararía que en su país, los que tienen la posibilidad de comprarse un auto, pueden optar por marcas de alta gama debido a la ausencia de impuestos estatales en este y muchos rubros. Enfrente, el trabajo consistía en preparar una mezcla de hierbas aromáticas en el termo que se toma el tereré. En Paraguay los termos conservadores del frío utilizados para el Tereré tienen grandes dimensiones debido al elevado y demandado consumo de su infusión. Mientras Justo nos nombraba las diferentes hierbas «clasicas» para el tereré, las yerbas que ya se venden preparadas y sus distintas propiedades medicinales, el «hombre de las hierbas» continuaba su trabajo.

Los clientes se bajaban de sus autos, con termolar en mano; hacían un recorrido por la mesa seleccionando diferentes especias que seguidamente entregaban al don. El hombre agarraba todas las seleccionadas, las unía, y colocaba en el mortero. Como buen profesional del arte con gran dedicación y paciencia machacaba las hierbas hasta sacarles su esencia. Por último, volcaba unos buenos rolitos de hielo en el termolar junto con las hierbas ya listas y entregaba el pedido terminado. Justo se nos reía cuando le contamos que en Argentina preparamos el tereré con sobrecitos de jugos artificiales. Años luz de distancia del sabroso y medicinal tereré del Paraguay.

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Tres días más en la casa de Justo, más cuatro días en el cercano y muy visitado por sus compatriotas y algunos que otros extranjeros parque nacional ubicado en plena selva, culminaría nuestra pasada por el departamento de Paraguarí. Claro, las cascadas y vertientes de agua helada que atraviesan el parque, son las más buscadas para batallar el duro clima de enero.

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Mientras entrabamos caminando al sitio, saboreando los cien por cien de humedad, el azote de calor de 45 grados y la lluvia pronta a largarse, ibamos malabareando nuestros bartulos; cada uno con mochila grande atrás y mochila de mano adelante, guitarra en mi mano, trompeta en la de Marcos, ollas, frutas y comida cargadas por Mauro y el Leo llevando lonas y carpas, nos saluda atentamente un guardaparque. Entre comentarios y risas sobre el tiempo y el calor, nos cuenta que el clima de la zona ascendió una escala en los últimos años pasando de subtropical a tropical. Una vez más, como gran cantidad de personas que cruzamos en estos caminos guaraníes, nos pregunta donde están nuestras esposas e hijos y se sorprende cuando les respondemos que tenemos entre 20 y 30 años y no tenemos esposas ni hijos!. Para tratar de entender algunas cuestiones, problematicas, características y comportamientos socio – culturales actuales de determinados países y sus sociedades, la historia y demás ciencias sociológicas y políticas son de gran ayuda. Es muy interesante leer el siguiente fragmento escrito en el libro «Las venas abiertas de América Latina» del maestro escritor uruguayo Eduardo Galeano, en donde hace referencia al antes, durante y después de la guerra de la triple alianza de 1860 a 1865 que marcó el destino de esta extraordinaria nación sudamericana.

http://gonzalonaveira.com/2011/06/la-guerra-de-la-triple-alianza-contra-paraguay-eduardo-galeano-las-venas-abiertas-de-america-latina/

Nos despedimos del parque nacional y en un destartalado colectivo antiguo enfilamos rumbo hacia «Acahay», nombre impuesto por los españoles al poblado para señalizar la presencia de oro en la zona. Mas tarde, seguiríamos camino hacia la ciudad fronteriza de Encarnación, en una feroz cruzada y desafío de llegar a dedo entre los cuatro para atravesar la provincia de Misiones y llegar hasta Florianópolis en Brasil. Lo logramos. Mitad a dedo, mitad en transporte público.

Agradecido a los amigos por este gran viaje, a Don justo por compartirnos su casa, su tiempo y sus historias, y al viejo y querido Paraguay… hasta el próximo encuentro.

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2 comentarios en “TIERRAS GUARANÍES

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