UNA LUZ EN EL MEDIO DEL MIEDO (Y EL CARNAVAL)

«En una aldea remota en el desierto vivía un viejo muy hospitalario. Su casa era una choza de barro, con muy pocas cosas materiales y sin agua potable cerca. Pero era tan pero tan hospitalario que cuando tuvo la inesperada visita de un viajero pidiendole desesperado algo líquido para saciar su sed, al no poder complacerlo con agua, decidió cortarse las venas para ofrecerle su sangre» – LEYENDA ANÓNIMA

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Nunca nos había pasado algo así. Bueno, si un montón de veces en la calle espontáneamente en cualquier pueblo o ciudad, pero bajo el intermediario virtual de Couchsurfing, nunca.

La cosa es que fuimos muy ambiciosos en la hazaña del dedo. Pretendimos hacer 500 km en un día. En otros viajes lo hemos hecho, incluso más, pero hay veces que no se llega a tanto en un solo día. Salimos al mediodía desde Sao Joao del Rei con objetivo puesto en Diamantina. Saltearíamos la histórica Ouro Preto con la idea de volver después, ya que nos había confirmado un anfitrion en Diamantina. Eran épocas de carnaval. Todo Brasil era una fiesta con todas las letras. Mandamos mas de 50 socilicitudes a Ouro Preto y todas fueron rechazadas o «pateadas» para más adelante, para cuando termine el carnaval. Claro, no es que sus anfitriones no fueran amables sino que ya estaban llenos de gente en sus casas por el carnaval. Salió alojamiento en Diamantina y haciá allá fuimos.

El bendito factor lluvia otras vez no nos dejó avanzar. No fué el único. También la noche; arrancamos muy tarde a dedear, hay que reconocerlo. Eran las 8 de la noche y estabamos varados en Belo Horizonte, la capital de Minas Gerais, con más de 4 millones de habitantes. Ah, es carnaval. Ya lo dije?

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Podrán imaginarse como estaba esa ciudad. Las calles emanaban y esculpían fuego musical en colores de alegría verdadera. Miles de todas las edades, cerveza o trago en mano, vestidos y pinturrajeados sus cuerpos y rostros con todo tipo de atuendos y maquillajes de los más variopintos. Los trenes desbordaban de fiesta y en cada parada se podían escuchar los «blocos» y comparsas sonando en la otra esquina. La ciudad olía a intenso carnaval. Porque ella cantaba, gritaba, se movía, se despertaba, se bañaba y dormía con el carnaval. Como así también había sido los siete días que estuvimos en Sao Joao del Rei. Como en todo Brasil. Hay que tener aguante para estar de caravana todos los días, el día entero. La verdad que lo intentamos pero fue difícil seguirle el ritmo a los hermanos y hermanas brasileros.

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Sin camping en la ciudad. Los hostels, todos llenos. Hoteles, ni buscamos. Cansancio que golpea fuerte la puerta y que nos pide de inmediato un suelo para dormir. Total, hace una semana que veníamos festejando carnaval, un día que nos perdamos, no pasa nada. ¿Pero que hacemos?

«Y…o nos tomamos un colectivo al pueblo más cercano, para acampar por ahí..o tiremos la última carta del couchsurfing», me dice Agos.

Dudo. Me quedo pensando. Le digo que está raro. La idea de couchsurfing es mandar las solicitudes unas semanas o días antes, no en el momento. Es muy raro que alguien te acepte o te responda. Encima es una fecha especial, es sábado a la noche, carnaval y estan todas y todos enfiestadísimos. Me insiste. No nos queda otra. O es pasar una garantizada pésima y terrible noche de desvelo en la terminal de ómnibus, o seguir de caravana en el carnaval (opción descartada por nuestro estado de somnolencia, hambre y cansancio atroz), o tirar unas solicitudes de couchsurfing.

Busco «Belo Horizonte» en Couch. Me aparecen más de 1500 anfitriones. Miro de reojo los primeros cinco que figuran. Les mando a los cinco un grito (caradura) de desesperación, sin esperar una respuesta, obviamente. Tengo unas mínimas esperanzas en uno que decía su perfil: «Tasa de respuesta: 100 por ciento». No pasan ni 2 minutos y me suena un mensaje en el teléfono. Mensaje de couchsurfing. Uno respondió: «Oi Bruno. Podem venir pra minha casa»

Impresionante. Locos de felicidad nos abrazamos. Fuimos salvados por un gran milagro. Único. Un alma de sábado a la noche, y sábado de carnaval, que no es detalle menor, que no solo nos responde a los dos minutos de haberle mandado la solicitud (me había pasado pero solo para ser rechazado) sino que nos acepta con absoluta confianza, sin preguntarnos nada sobre nuestras identidades, ni que hacíamos por ahí. Primer premio a la hospitalidad.

Jean nos busca en la parada de tren. Asiste al encuentro con su perro «pipoca» (que significa pororó o palomitas de maíz) . Mientras vamos caminando a su casa, nos cuenta que vive solo con su sobrino. El barrio es en el morro, en la favela, pero no la imágen de favela de los periódicos o programas de televisión. Una favela popular de gente laburadora, sin ricos narcotraficantes custodiados con niños con armas en las esquinas.

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Mientras avanzamos lentamente, paso a paso cuesta arriba, nos cuenta sus experiencias con couchsurfing. Hace dos años que lo usa y le cambió la vida. Lo mas fuerte que nos dijo, me dejó regulando hasta el día de hoy:

«Cuando me llega una solicitud de hospedaje, la acepto al instante. No leo los perfiles de quien la manda ni nada, solo confío. Yo sé que la persona que me la manda está viajando tiene más necesidades que yo y necesita un lugar para dormir enseguida. Por eso vi tu mensaje y enseguida te acepté, como hago siempre.»

Lo miro a los ojos y casi me largo a llorar. Cuantas veces viviendo en Santa Fe me llegaba una solicitud de hospedaje y dudaba y pensaba si aceptar o no porque primero pensaba en mí y como estaría esa semana, si tengo muchas actividades, mucho estudio, trabajo, etc. Le he dado lugar a mucha gente en casa, viajeros y viajeras de todas latitudes, pero también rechazé bastantes por los motivos arriba mencionados.

Es verdad que cuando estaba estudiando para un exámen final era difícil aceptar hospedar gente porque por experiencia ya me había pasado de no poder dedicarle todo el tiempo necesario. Tampoco se podía abrirle la puerta y encerrarme en mi pieza a estudiar hasta que se vaya. No es así.

Lo bueno de Couchsurfing, aparte de darle un lugarcito para dormir a alguien por unos días es compartir, conocer, aprender, etc. Tal vez Jean tiene todo el tiempo del mundo, tal vez no. Tal vez se hace el tiempo para recibir a toda la gente, o quizás…No se, lo único que sé es que parece una gran
persona, seguramente lo es. No le preguntamos de que trabaja, o si trabaja. Hasta el día de hoy no lo sabemos. En fin. Jean, un emblema de esta red social y la solidaridad.

Que enorme diferencia con ciudades como París, donde conseguir un lugar para dos es como hacer pie en el agua… Unos meses más adelante nos contaría nuestro anfitrión en Mandres les Roses, una ciudad «dormitorio» de París, que en muchos lugares, couchsurfing se estaba poniendo «cool»; todo el mundo se hace un perfil, sube sus fotos, pero es muy difícil que te acepten. Lo utilizan únicamente para fines sexuales o de conseguir pareja. Nada más alejado del concepto de hospitalidad original desde que nació la red.

Vamos llegando a la casa y Jean nos dice que antes debemos pasar por un mercado. Ahí nos está esperando (Marcus), un canadiense que está viajando en bicicleta hace 27 meses. Salió de Montreal, Canadá, atravesó toda América, llegó hasta Ushuaia, y ahora vuelve a su casa por Brasil. También le pidió solicitud de couchsurfing a Jean.

En la casa nos espera una ollada de fideos con salsa. Cada minuto que pasa me sorprende más la solidaridad de este tipo. No solo aceptó a 3 couchsurfers imprevistos un sábado a la noche, sino que nos pasó a buscar uno por uno y aún le quedó tiempo y ganas de cocinar un menú. Admirable. Mientras cenamos, vemos como en la heladera de su casa tiene pegadas más de 20 fotos de él con todos los viajerxs que pasaron por la casa. Seguramente hoy ya esté nuestra foto ahí.

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Me levanto temprano en la mañana y salgo a recorrer el barrio. Es increíble como se cruza una avenida, se sale del barrio y se entra a otro donde aparecen mansiones y departamentos ultra lujosos. Mientras el barrio de Jean está pintado con la gente habitando y haciendo sus actividades de vida en la calle, cruzando la avenida, el centro del espectáculo lo tienen las rejas, alambres de púa, cercas electrificadas, cámaras de todos los tamaños, muros insaltables..las calles, vacías de gente, los autos mandan. Parece el escenario de una guerra que está por librarse.

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Vuelvo a la casa y le pregunto a Jean a que se debe tanto teatro de la inseguridad, del miedo, o si es realmente que la cosa anda jodida. Me explica que si, que hay inseguridad, existe, pero los medios la repiten y exageran día tras día al trescientos por ciento, tergiversando la realidad. Me cuenta que los medios dominantes, todos los días pasan noticias de inseguridad, las 24 hs, como si fuera lo único que pasa en Brasil. Como si no hubiera otras hechos, historias lindas , de encuentros, de amor, de solidaridad, de lo que sea para mostrar.

Pienso que en Argentina hace varios años viene pasando lo mismo. Los noticieros arrancan su primer noticia con un hecho de violencia, de robo, secuestro, muerte. Imaginemos todo lo que eso genera. Día tras día, machacando y machacando el subconsciente, cultivando el miedo y la paranoia coelctiva, tergiversando la realidad, negando el encuentro con el otro/a, ya que podría hacerme daño, o está planeando algo raro…¿Y para qué?

Creo que con el único objetivo de romper lazos sociales, solidarios, compartires y luchas populares; dividirnos, desorganizarnos, individualizarnos, alienarnos…asi es más fácil dominarnos y manipularnos. Televisión. Arma de distracción masiva. Aunque pensandolo bien la culpa no la tiene el aparato, es una máquina, no tiene vida. El problema es el contenido que hay ahí dentro, que miramos, que aprendemos, o como nos «distraemos».

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Café de por medio, la charla se ramifica y trepa por las enredaderas de los sentimientos. Jean es escritor y nos lee varios de sus poemas escritos. Aún no ha sacado un libro, pero manifiesta que tiene bastante material e intenciones, solo le falta la decisión real para llevar a cabo la empresa.

El canadiense nos hace un resumen de sus 27 meses viajando en bicicleta. Habla francés, inglés, portugués y español. Nos pregunta que fue lo más loco que nos pasó en el viaje. Pensamos. Cúal elegir, son muchos momentos, muchas anécdotas, experiencias. En cada parada un caudal de aprendizajes. En cada camino profundos sentimientos, altos y bajos, momentos, pequeñas y grandes historias. Nos miramos y coincidemos en algo. Sin dudas, la experiencia de 1 mes en la región del parque nacional Itatiaia en Visconde de Mauá, Maringá y Maromba, fue histórica. Nunca estuvimos en un lugar donde la hospitalidad fuera la carta principal y más importante que cada habitante del lugar juega en la primera mano del juego, en su día a día. Para él, lo más loco, fue enfrentarse a las rutas patagónicas. Vientos imposibles de combatir a pedal. Dice que lo disfruto mucho igual. Odió y amó a los fuertes vientos.

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La charla continuaba pero el viaje también. Nos despedimos muy agradecidos y emocionados con esta fugaz pasada por Belo Horizonte y el grato recibimiento de Jean.

291 km nos esperan para llegar a Diamantina.


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Si querés saber más sobre nuestro paso por Brasil, te invitamos a leer «Se hace el camino al andar» y «Diamantes de Hospitalidad»