CRÓNICAS DE UN VIAJE ANECDÓTICO (parte 2)

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UN MAL COMIENZO REMONTADO, CON UN FINAL INESPERADO

En la difícil búsqueda  de encontrar un pueblo o ciudad mas tranquila en el sur de India pusimos nuestras fichas de esperanza en Udagamandalam o también conocida como «Ooty», una ciudad entre montañas en el estado de Tamil Nadu.

Gracias a la elevada altura en que se ubica la ciudad, podía apreciarse el sol y el aire como realmente son, sin polución ambiental, cosa que no se veía en las anteriores paradas. Aún así, como es costumbre en India, la orquesta – martirio de bocinazos por parte de TODOS los vehículos sin excepción, continuaron, entre otros pesares.

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Buscando una dosis de relax y tranquilidad nos vamos a uno de los principales atractivos naturales de la región, una reserva natural de flora y fauna. Caminamos unos buenos kms hasta el lugar y un cartel de «Close» nos dá la bienvenida. Además la puerta está cerrada con candado. Hablamos con uno de los pibes que atendía el puesto de entrada para ver los horarios o que día está abierto para visitar: «está cerrado permanente», nos contesta. Pero… ¿por qué motivos? ¿No abre ningún día de la semana?, le pregunto. «Está cerrado.» Dio media vuelta y se marchó.

«Genial» pensamos, el máximo lugar recomendado para visitar y relajarse con un poco de naturaleza, cerrado sin explicación. Se va poniendo «chévere» Ooty.

Damos vueltas por la fría ciudad disfrutando el sol del mediodía y fotografiando las mil y un escenas diversas y distintas que se ven en cada rincón que dirijas la mirada. Andamos por unas callejuelas que suben y bajan viendo la vida cotidiana de los comercios, los mercados y sus gentes, que no descansan un segundo mientras mueven, llevan, traen, acomodan y ordenan sus mas variopintas mercaderías.

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Comemos un abundante y delicioso arroz con curry en un restaurante con precios populares. La comida se sirve en una hoja de plátano y al mejor estilo India, se come sin cubiertos poniendo la mano en forma de capullo para llevarlo a la boca. 

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Al principio, a Bruno, el comer sin tenedor le significaba dejar la mesa como un carnaval de comidas desparramadas. Con el correr de los días y la práctica, mejoró.

Ya a la tarde visitamos un parque (este si estaba abierto aunque cobraban entrada) y disfrutamos a gusto un poco del silencio y la tranquilidad junto a los verdes naturales del paisaje que amortizan y relajan aunque sea por un rato el bullicio constante del tránsito.

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El atardecer cae y vamos pegando la vuelta al hostel. El día, que había arrancado mas o menos con el rechazo en la reserva natural, cambió su cara con las caminatas por las callejuelas, un buen almuerzo sin tanto picante y la tarde de relajo en el parque.

Después de casi diez días sin poder disfrutar y padeciendo las bofetadas y los golpes que te trae el choque cultural con la India, este día en Ooty había tenido sus cosas apreciables. Nos creemos que así, con esa buena cara el día va a terminar. Sino… ¿qué más puede pasar?

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Llegamos al hostel a eso del atardecer. Cuando vamos camino a la habitación me acuerdo que había dejado un mate afuera secandose al sol. Miro hacia la mesa. El mate no está donde lo había dejado. El mate, mi amigo. El que vengo usando hace años. El original, el autentico, el tradicional de calabaza, boca ancha y funda de cuero. Pero…¿dónde está el mate?

Me dirijo a preguntarle al dueño del lugar mientras voy pensando como explicarle en inglés que es un mate. No vió nada, no sabe nada.

Voy a la habitación de al lado de la nuestra donde se alojan 8 amigos venidos de otra parte del país. Les hago la misma pregunta.

«Ah si, nosotros lo tenemos. ¿Qué es eso?», me dice uno de ellos, bloqueando la puerta para que nadie entre y sin demostrar gestos de disculpas por haberme sacado el mate ni intenciones de devolverlo. En la habitación lo acompañan siete amigos más, un parlante retumbando a puro reggaeton y una linda humareda que envuelve e impregna todo el espacio.

Le explico para que sirve y les pido que me lo devuelvan porque es un objeto muy importante en mi vida.

«Si, no hay problema. Ahora te lo traigo.»

Me lo entrega. Miro su interior y quedo de cara. El mate tiene cenizas de cigarrillo!! lo estaban usando de cenicero!! al mate! mi mate! el original, el tradicional de calabaza y funda de cuero que vengo usando hace años! Lo miro furioso a los ojos al pibe que me lo dió. La impotencia y la bronca me quieren salir como sea pero al ver que ellos son ocho vagos me tranquilizo, nada puedo hacer. ¿¿Por qué, por qué?? ¿Por qué agarrar un objeto que no es tuyo sin saber siquiera para que se usa y cuanto valor (no real, sino simbólico y emocional) uno le tiene… y encima usarlo estúpidamente de cenicero? El colmo.

Doy media vuelta y me voy enojado nomás, el episodio me puso muy mal y viene a estallar o a colmar un vaso de situaciones que venimos pasando desde que pusimos un pie en este país. Una tras otra, día tras día, noche tras noche, algo sale mal, algún conflicto tenemos, algo sucede.

Mientras intentamos sacarle al mate como sea el olor horrible a cigarrillo, charlamos, revivimos los acontecimientos de los últimos días, nos descargamos entre los dos y evaluamos como serán los proximos pasos.

Pasados los diez minutos de charla, llegamos a un acuerdo. Listo, decisión tomada, nos vamos de India.

EL ANFITRIÓN DEL TERROR

Después de el episodio con el mate en Ooty y la decisión ya tomada de dejar el país, no esperábamos que los últimos tres días en India nos seguirían sorprendiendo y regalando imborrables anécdotas de película.

Encontramos el vuelo más económico por 50 euros a Malasia. Para tomarlo, debíamos ir hasta Kochi, una de las ciudades más al sur de India en el estado de Kerala, donde ya no se habla el tamil, sino el idioma oficial: el Malabar. Según datos oficiales, Kerala es el estado con mayores índices de alfabetización y desarrollo humano de toda India.

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Terminal de ómnibus en Kochi. Kerala es el único estado de India donde gobierna el partido comunista desde hace muchísimas décadas.

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Banderas y carteles del Che, Marx y Lenin se encuentran por toda la ciudad

El anfitrión de couhsurfing en Kochi, Saiju, me había confirmado: «Si, venganse y veo donde los puedo acomodar.» Perfecto, vamos en camino. Le aviso que estamos viajando y que no sabemos a que hora llegaremos exactamente, pero más o menos será alrededor de las 10 de la noche, quizás más tarde. Estuvimos casi 1 hora y media dando vueltas y vueltas intentando encontrar la dirección del lugar. La gente en la calle nos quería ayudar pero tampoco sabía donde quedaba. La aplicación de google maps nos daba una ubicación incorrecta.

A todo esto ya nos acercábamos a las 23 30 hs. Entre vuelta y vuelta con la ayuda de un taxista y unas australianas encontramos el lugar. Era un hotel de tres pisos. Saiju estaba esperándonos en la puerta. Nos acercámos a saludarlo y nos recibe sin decir siquiera «Hello», de muy mala manera al grito de: «Eeee si les dije bien la dirección, como van a llegar a esta hora!!». Le pedimos disculpa por el retraso y le contamos lo que nos pasó para que se tranquilice un poco. Sin darnos mucha atención nos conduce rápidamente hasta el hotel.

Mientras subimos las escaleras vemos a unos hombres con pinta de pocos amigos que observan todos nuestros movimientos. Saiju nos dice: «Tengo habitaciones libres, pero… ¿ustedes me habían dicho que tienen carpa..que prefieren?

«Como ustéd diga, no tenemos problema en dormir en la carpa o en una habitación…pero, ¿la habitación es gratuita como couchsurfing?» le pregunto.

«Ok, pueden armar la carpa en la terraza», nos contesta rápidamente esquivando mi pregunta. No entendemos por qué nos preguntó si queríamos una habitación si al final no quería que la usáramos. O más bien quería cobrarla, cosa que bajo couchsurfing no se puede.

La terraza no está nada mal, es amplia y tiene un baño. Ya a estas alturas, después de un largo día de viajar en colectivos lo único que queríamos era dormir. Mañana vemos que hacemos. Saiju nos muestra rápidamente el lugar, nos dice que está apurado porque se tiene que ir a su casa. Nos comenta que un señor que trabaja para el hotel también duerme y usa el baño en un cuartito que está en la terraza. Le digo que no hay problema, pero por las dudas le pregunto si es seguro que estemos ahí, a sabiendas de que él no va a estar. «Si, completamente. Acá no pasa nada», me dice. Buenísimo, nos despedimos de Saiju, armamos la carpa y bajamos a comer algo.

Cuando volvíamos al hotel y subíamos las escaleras hacia la terraza sentimos nuevamente la presencia algo turbia en la mirada fija en nosotros de los hombres del segundo piso. Tratamos de pasar lo más desapercibidos posible y siguiendo nuestro camino hacia el tan esperado descanso. Según Saiju y nuestra máxima de confianza viajera, no debíamos preocuparnos en absoluto e ir sin más a dormir. Nos cepillamos los dientes, apagamos las luces y nos acostamos en el duro piso de cemento de la terraza. Era la 1:30 am., «tenemos varias horas antes que nos despierte la claridad del amanecer», pienso.

A los diez minutos, ya cuando el cuerpo y la mente se han relajado y el sueño está a punto de sumergirnos, escuchamos unos gritos en la inmensa oscuridad de la noche:
«Señor, señor!! Salgan inmediatamente de acá, este lugar no es seguro!»

Mamita querida, que cagazo. Nos levantámos de la carpa sin salir de ella como si nos hubiésen tirado con agua hirviendo. Agos me susurra que saque la navaja vitorinox, que está todo mal. Me invade una sensación horrible en el pecho como cuando se está en situaciones de peligro. Trato de vencer las emociones y calmarme por unos instantes para analizar mejor lo que pasa.

Abro tímidamente el cierre de la carpa, asomo solo la cabeza y observo quienes son. Hay dos tipos parados (los que ya habíamos visto en el segundo piso) en posición amenazante a tan solo unos metros de la carpa. «Ok, ahora bajamos. Pero antes vamos a desarmar la carpa «, le contesto a la voz y vuelvo a cerrar la puerta de la carpa.

«No hay tiempo, salgan ahora. No es seguro este lugar para dormir, bajen a la habitación. Después buscan sus cosas». Nos contesta uno de ellos.

Me estalla el corazón de los nervios. Agarro la vitorinox y también dos sogas. Por mi cabeza pasan mil imágenes en un segundo, viendome como me las voy a arreglar para pelearme con dos tipos que no sé si están armados. En realidad no sé si nos van a robar o hacer algo, la situación está rara, no entiendo porque nos despiertan diez minutos después de irnos a dormir para decirnos eso. Y si nos quieren robar, ¿por qué la hacen tan larga? ¿por qué no nos roban de una y listo?

Agos está mucho más nerviosa que yo. Trato de tranquilizarla y le digo que no va a pasar nada pero ni yo me la creo. Le digo que guarde sus cosas principales como pasaporte dinero y teléfono en un bolsillo seguro y salgamos rápido a desarmar la carpa. Salida de escape no hay porque estamos en una terraza y solo hay una escalera para bajar. Deberíamos salir corriendo y pasar por enfrente de los tipos, pero está dificil porque tenemos dos mochilas cada uno que suman como 20 kg en total. En esos minutos que parecieron horas, lentamente me voy tranquilizando al ver que los tipos siguen parados a pocos metros nuestro pero no hacen nada, solo esperan que salgamos. Abro nuevamente la carpa y les digo:

«Ok, ya nos vamos, pero sin la carpa no, la tenemos que guardar»

Insisten firmemente una vez más en que dejemos la carpa y salgamos ya, expresándose de una forma como si una catástrofe, un tsunami o una bomba estuviese por estallar. Les repito que no, que sin la carpa no nos vamos. Desisten en su idea y se van. Comienzo a tranquilizarme. Intento compartirle el sentimiento a Agos. Le digo que nada va a pasarnos ya que si nos hubiesen querido robar, lo hubiesen hecho de entrada, ¿con qué razones harían tanto teatro? Todo es rarísimo, como todo este viaje a India. Igualmente la tensión sigue, aún estamos en la terraza de este hotel, tenemos que bajar rápido cinco pisos, esquivar a estos tipos y salir a la calle para conseguir un taxi o correr en el medio de la madrugada.

Desarmamos la carpa, juntamos todos los bártulos en cuestión de minutos y emprendemos la salida. Cuando pasamos por el famoso piso 2 donde están los hombres nos preguntan por que nos vamos y nos exclaman insistentemente que nos quedemos. Ya descartada la hipótesis robo, solo nos resta salir del lugar. «Muchas gracias pero nos vamos», digo brevemente sin dejar de bajar las escaleras. Salimos del edificio pero el portón de rejas está cerrado. Maldecimos y ya nos imaginamos saltando la reja rápido antes que los tipos vuelvan a aparecer. Por suerte nos equivocámos y el portón solo estaba arrimado, no cerrado con candado. Salimos afuera, las calles están vacías, todo está muy oscuro. Miramos para atrás para ver si no nos siguen. Nada. Doblamos en la esquina para cambiar de rumbo y tratar de encontrar un taxi que nos lleve hasta algún hostel.

Encontramos una heladería abierta a la que nos sentamos enfrente. Nos acordamos que tenemos el número del taxista que nos trajo. Es tardísimo pero quizás esté despierto. Llega a los 10 minutos y salimos nuevamente en búsqueda de algún hospedaje para dormir. Recordamos la pesadilla reciente de la terraza; inexplicable, inentendible, no sabemos si nos hicimos nosotros la cabeza o realmente que es lo que pretendían esos tipos. Estamos muy cansados, lo analizamos mañana. La pesadilla terminó pero aún no podemos descansar, tenemos la última tarea que es conseguir un lugar para dormir. Pasamos por tres albergues. No tienen lugar. Ya está altura estamos derrotados, pedimos por favor que se termine este larguísimo día, que aparezca alguna pieza para poder descansar de tanto trajín y secuencias vividas.

Mientras se nos cierran los ojos del sueño buscando un lugar, conversamos que en India todo puede suceder, casi nada es normal, nada es imposible, casi todo es extraño, casi todo es bizarro; es un país muy especial.

Encontramos una pieza libre. Nos desplomamos en la cama.
Mañana será un gran día. Quizás. Ojalá. Estamos en India, todo puede pasar.

DESPEDIDA

Llegamos al aeropuerto de Kochi a la madrugada. Bajamos del taxi, nos colgamos las mochilas y emprendemos camino hacia el interior del nuevo y moderno edificio.

Apenas nos movemos unos metros un oficial de policía, que me venía mirando fijo (a Bruno) desde que llegamos en el taxi; me toca el hombro para detener mi paso y me enseña algo escrito con lapicera en su mano:

«I like you», se lee.

Lo miro sonriendo pero no se que decirle, la situación me agarró desprevenido. Me sale un simple «thank you» amablemente y continuó mi camino. Ya adentro del aeropuerto nos relajamos y reímos de la gran situación que acaba de suceder. Sin dudas entra en el «top five» de situaciones bizarras vividas en este país. Nunca me iba a imaginar que iba a llegar a recibir un mensaje de tales características escrito en la mano de un policía en un aeropuerto de India! Muy gracioso.

Muchísimos viajeros y viajeras, guías de viaje y artículos en internet,  desde hace muchos años pregonan: «A India la Amás o la Odiás, no hay puntos medios». Por las características y extrañas situaciones que se pueden vivir en este país, yo creo que en parte tienen razón, pero en este viaje, aunque ha predominado la segunda emoción, hay momentos en que la hemos amado, nos ha hecho reír demasiado y la gente nos llenó de ternura.

Entonces para nosotros, la frase completa quedaría así:

«A India por momentos la Amás y por momentos la Odiás. En cuestión de minutos podés cambiar de un estado al otro. Es un viaje especial donde la aventura y la incertidumbre van a ser una constante a cada paso.»

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Fuimos invitados al cumpleaños de la hija del conductor de tuk tuk que nos salvó aquella noche


Si querés saber más sobre nuestro paso por India, te invitamos a leer «CUANDO LAS MALAS EXPERIENCIAS SON PARTE DEL VIAJE»CRÓNICAS DE UN VIAJE ANECDÓTICO (parte 1) y el RECORRIDO FOTOGRÁFICO

Cualquier duda, comentario, opinión, sugerencia o lo que quieras aportar, comentalo!


 

Un comentario en “CRÓNICAS DE UN VIAJE ANECDÓTICO (parte 2)

  1. India es un basurero enorme y la gente solo quiere sacarte plata,tenes que ir con una actitud dura de que todos te quieren cagar(cosa que es verdad) despues de un tiempo te acostumbras.

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