NAVEGANDO OMAN ADENTRO

Texto y Registro Fotográfico: Agostina Albornoz y Bruno Bosio

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LA RUTA Y EL AUTOSTOP COMO OPORTUNIDAD DE CONOCIMIENTO Y NUEVAS EXPERIENCIAS

Sabíamos de antemano que en Oman no hay muchas conexiones en colectivo entre ciudades y al contrario de echarnos atrás en venir, la idea de movernos únicamente a dedo generaba mayor entusiasmo. Por otro lado no queríamos conocer solamente sus dos o tres ciudades principales sino adentrarnos en ese Omán del interior, más desconocido, y qué mejor forma que atravesándolo a dedo?

Erase un día en Ibra, pueblo asentado en la región de Sharkiya, próxima al desierto. Caminamos en dirección a la ruta, los escasos doscientos metros que separan la casa de nuestro couchsurfing de la misma. Con las mochilas al hombro, íbamos apostando a ver cuánto tiempo de espera tendríamos. Hasta ese momento lo máximo en Oman habían sido veinte minutos. Apenas unos metros antes de pisar el pavimento frena un coche blanco, abre la ventanilla y en un perfecto inglés nos grita: «Hola chicos, necesitan ayuda? Van para algun lado? Yo los puedo llevar». Ni tuvimos que levantar el dedo ni esperar dos segundos.

El hombre se llama Sullaiman y se dirige en la misma dirección que nosotros. Nuestra idea original era llegar hasta el próximo poblado, Sinaw, para conocer los mercados beduinos y continuar viajando 300 km para llegar hasta la isla de Masirah. Charlando tranquila y amistosamente, el conductor empieza a desplegar, paso a paso como buen estratega, sus sagaces tácticas de seducción hospitalaria que tanto tientan a los viajeros de estos desiertos. Primero nos invita a conocer las ruinas abandonadas de un antiguo castillo y una granja de dátiles en su poblado, Samad al Shan, que está a treinta kilometros de Sinaw. Mientras dudamos unos segundos si aceptar o aprovechar el día para seguir viaje, nos promete que luego de eso nos lleva nuevamente a la ruta. ¿Por qué no aceptaríamos tan grata invitación si tenemos tiempo y no nos corre nadie para llegar a nuestro destino?

Muchas veces en un viaje, cuando una idea se nos mete en la cabeza, no observamos lo que pasa alrededor y nos somos flexibles en el itinerario, terminamos perdiéndonos de muchas cosas por nuestra propia ceguera autoimpuesta y afán cronométrico de correr hacia un objetivo. A veces me olvido que eso que llamamos «nuestro lugar de llegada o destino elegido» en realidad es un pretexto y trampolín que nos lanza a la adrenalina de experimentar las inimiganinables propuestas y caminos que se abren cuando se viaja a dedo. Si solo iríamos a los pueblos y ciudades o a los atractivos que nos recomiendan las guías de viaje dejaríamos de lado muchas aldeas o pequeños poblados que hay en el medio. Viajar a dedo por Oman y por cualquier país puede ser una gran oportunidad para acercarse y conocer esos otros lugares y aldeas escondidos en los mapas.

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RETRATO FAMILIAR EN LA VIDA COTIDIANA DE SAMAD AL SHAN

Sullaiman hizo de perfecto guía turístico en los castillos en ruinas de su pueblo, nos contó la historia de una princesa Yemení que estaba casada con el dueño de esa inmensa propiedad y se escapó de él por llevar una vida no muy agraciada. Hasta nos confió, en voz baja, que el último descendiente de este reino, cuál dejó el planeta hace diez años, había revelado que bajo ese montón de tierra y piedras derrumbadas podrían encontrarse monedas de oro pertenecientes al tesoro de aquel caudillo. Y que un amigo suyo había escavado y encontró algunas! Como la opción de ponernos a mover escombros no estaba en el itinerario, Sule nos invita a almorzar en su casa con su familia. Se acompaña la propuesta con el argumento de que el sol está fuerte para hacer dedo. Nuevamente al observar nuestros breves segundos de duda, nos promete que luego de la comida nos lleva a la ruta a continuar viaje. Ya para ese entonces nos imaginábamos que el juego seguiría con más invitaciones tales como cenar algo a la noche, quedarnos a dormir y quizás quedarnos unos días más en la casa. No todos los días se reciben invitaciones a comer y dormir por tiempo indefinido en una casa (bueno, en Oman casi todos los días) así que nos relajamos, dejamos de pensar en llegar al «destino» y aceptamos lo que el camino nos ofreció en el momento.

Ya en la casa conocemos a la esposa de Sullaiman, Harima. Ingeniera ambiental, se casaron un año antes de que ella se reciba. Ahora tiene veinticinco años, un hijo de cuatro, Temin y una hija de uno, Taqua. Por ahora dice que no va a seguir «produciendo» porque quiere terminar su tesis de maestría sobre técnicas de desalinización de agua de mar a partir de microbios. Ella es descendiente de los omaníes que vivían en Tanzania, del tiempo en que Omán colonizó la región de Zanzíbar. Sabe hablar algo de Swahili, el idioma de aquél lugar, con ella vive una mujer negra que hace las veces de niñera y ama de casa y también viene de allí.

Hace 40 años, con el nuevo Sultán Qaabos y el renacimiento que dió a su país, muchos de esos omaníes recibieron el llamado y regresaron a vivir a su origen, pero aún hoy en día suelen volver a Tanzania a visitar a sus familiares, incluso a buscar esposa. Harima nos muestra fotos de sus parientes vestidos con las ropas típicas de los Mazai y nos incentiva a ir a visitarlos. Luego nos cuenta de su boda. La misma fue al estilo tradicional omaní, con sus trajes y ceremonias típicos, con los brazos y las piernas pintados con bellos diseños en henna. Pero también tuvo un casamiento de blanco, con escote y cabello descubierto, al que sólo asisten mujeres y su marido. La luna de miel fue en Canadá, donde tienen una amiga hace muchos años y visitaron las cataratas del Niágara.

Como en todo este viaje por Oman, lamentablemente no tenemos fotos de Harima ni de otras mujeres (en la isla de Masirah solo una familia nos permitió sacarle a sus hermanas) ya que en muchos casos ellas no quieren salir en las mismas, sin el permiso explícito de sus padres o maridos. Por eso hicimos este retrato en dibujo para recordarla:

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A la tarde Sullaiman nos invita a dar unas vueltas por su pueblo. Nos acompaña el pequeño Temin, chiquito pero fuerte y juguetón, quien ama estar con su papá. Nos sorprendió cuánta participación del padre había en la crianza de los niños de esta familia, recordándonos esta misma carácterística de las familias danesas. Es divertido encontrar semejanzas en sociedades tan distantes y distintas. Visitamos a uno de los vecinos más viejos del barrio, 102 años y contando, quien nos invitó con té y dátiles de producción local, intercambiamos unos saludos en árabe y nuestro amigo Sule tradujo el resto de la conversación…que alivio cuando hay alguien que nos ayuda! así podemos aprender más y respoder sus preguntas.

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Salimos a caminar. A la tardecita el calor afloja y las/los niñas/os andan jugando y corriendo por doquier, se ven grupos de mujeres charlando en las puertas de las casas a las que les dejamos un Salamaleicom! nos preguntan de dónde venimos y respondemos el fijo «Larshentin», descubrimos que así se ubican enseguida en el mapa y casi religiosamente nos responden: MESSI??? y a veces MARADONA!!!. Sí, aceptamos que estos hombres son una especie de pasaporte suboficial que nos sirven para iniciar charlas y sobretodo para resolver tensiones aduaneras en cualquier frontera.

Seguimos caminando y pasamos por un gran edificio lleno de inscripciones en árabe, Sullaiman nos cuenta que esa es una escuela del Islam para gente de todas las edades, le preguntamos si la construyó el gobierno y, orgulloso, nos dice que es la misma gente del pueblo que reunió los fondos y la levantó hace unos cuantos años. Después fuimos a conocer una pequeña chacra con animales, la mayoría de los omaníes tienen un terreno aparte de su casa, donde crían cabras, gallinas, patos y palomas. También cultivan dátiles y variedad de cítricos. Recorrimos el Falaj, un antiguo sistema de canales que trae el agua de los manantiales hacia el poblado y los campos de cultivo, admirable por la economía y perfecta distribución que realiza entre todas las casas y chacras. Cuando el sol se estaba escondiendo, luego de esperar (por tercera vez en el día) que Sule haga sus rezos en la mezquita, fuimos a contemplar las estrellas a un lugar descampado.

Sullaiman dice que le recordamos a él mismo cuando era jóven, que se iba durante todo un día a escalar los cerros y a dormir en el desierto. Es interesante ver las fantasías y anhelos que despierta en otros la historia de nuestro viaje. Hasta el día de hoy seguimos en contacto con él y nos cuenta de sus visitas a Tanzania y luego a Turquía, paseos que emprendió junto a su familia; inspirado, también se abrió una cuenta en Couchsurfing para conocer y hospedar a gente de otros países.

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COMPARTIENDO UN ASADO A LA OMANÍ

Nos invitan a una cena familiar. Una vez al mes comen asado y parece que caímos en el momento justo. Pez fresco, tiburón, carnes de camello y pollo se van asando mientras hombres por un lado y mujeres por otro comparten en ronda sentados en el suelo. Llevamos 15 días en Omán y es la primera vez que (sólo Agos) tiene la oportunidad de ver cómo son las mujeres. Lo curioso, extraño y difícil de entender para nuestros ojos es la separación constante de hombres y mujeres. Mujeres adentro de la casa, hombres afuera. No hay intercambio ni contacto alguno entre los géneros en toda la noche. Hasta incluso lxs niñxs son separados.

Adentro las chicas parecen bastante aburridas, se entretienen con el celular o mirando a las más pequeñas que juegan entre ellas. Como en la mayoría de las familias, aquí son 9 hijos, 8 mujeres y 1 varón, el mayor, de 18 años. Me cuentan que una de ellas acaba de casarse y me muestra las fotos de su boda, donde los rostros abundan de maquillaje, joyas de oro hasta en la nariz y la ropa llena de lentejuelas con diseños coloridos. La chica aún está en el tiempo de espera (40 días después del casamiento) para que el marido la retire de su casa.

Miro a esas niñas y pienso… ¿acaso su único destino es ese?, ¿convertirse en un objeto de adquisición y belleza para servir a los hombres? Descubrimos que no se trata de una imposición religiosa sino que todas estas costumbres responden a la repetición de antiguas tradiciones de las que ya se ha perdido el significado, el porqué de cada acto, y se respetan obsecuentemente haciendo sufrir a ambos géneros. Tanto el hombre que debe ser una especie de ser todopoderoso, que paga un dote de cifras descabelladas a la familia de la mujer para tener derecho a acceder a una de sus hijas, y luego además debe construir la casa y costear el casamiento.

Me da una sensación de asfixia que es tanto física, por tener que usar el velo con semejante calor aún adentro de la casa, como espiritual de sólo pensar en llevar una vida así.

Al observar esta estricta división de género en la cena pienso sobre cómo se configura mental, social y culturalmente este hecho desde la infancia. A la llegada de la juventud o la adultez se toma con total normalidad que las mujeres participen en determinados roles y los hombres en otros. Romper esa estructura significaría cuestionar esta patriarcal tradición que ata principalmente a las mujeres pero también a los hombres, e impiden alcanzar mayores grados de libertad y autonomías. Esta historia se repetiría en casi todo nuestro viaje por Omán, salvo algunas excepciones según la familia.

Así como encontramos estas cosas que nos impresionan, también descubrimos otras que nos sorprenden gratamente. Siendo un país en el que sus habitantes hace relativamente poco se «bajaron de los camellos» debido a que hace tan solo 40 años atrás, con la subida al trono del actual Sultan Qaabos, comenzó un proceso de modernización y se empezó a construir todo lo que no había: escuelas, caminos, hospitales, comunicaciones, electricidad, agua potable, etc.

El Sultán anterior (el padre del actual) se negaba a «transar» con la modernidad en su defensa a ultranza del Islam «tradicional» y mantenía al país como hace 500 años atrás. Ahora el progreso tecnológico y cierta occidentalización están en desarrollo, pero sin perder las antiguas prácticas cotidianas como sentarse en el suelo, salir a disfrutar el fresco de la noche junto a amigos, lavarse los pies en la acequia, usar las vestimentas tradicionales, comer con la mano y andar descalzos adentro de la casa. También el hecho de recibir a los peregrinos con tanta dedicación y amabilidad, sentimos que pertenece a una costumbre muy olvidada en muchísimos países donde el individualismo, el encerrarme en mi burbuja de comodidad y el miedo al otro socavaron las relaciones humanas de hospitalidad y ayuda mutua. Así es como bellezas naturales y calidez humana conforman la columna vertebral de este diverso país.

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Wadi Bani Khalid, uno de los tantos paraísos de Oman

Al día siguiente decidimos emprender viaje nuevamente. La familia prepara un abundante desayuno que compartimos, como la cena de la noche anterior, sentados en círculo en una gran alfombra, con los cantos mántricos del Corán sonando de fondo y un gran televisor con imágenes en vivo de la peregrinación masiva alrededor de la Meca. Nos piden que volvamos algún día, que si necesitamos pasar por su casa nuevamente, no dudemos en venir. Como muchas veces, la despedida se hace extensa y cuando ya estamos a punto de salir, las mujeres nos llaman y nos regalan una bolsa llena de dátiles y frutas para el camino.

Así fue nuestro paso por el pequeño poblado de Samad al Shan. Como cada aldea que visitamos en este país, seguimos camino con esa rara sensacion de agradecimiento, ternura, impresión – rechazo y entendimiento a la vez. Ternura en su extremada amabilidad, predisposición constante y atención al viajera/o, y rechazo en sus tan antiguas y patriarcales prácticas que tanto nos cuesta comprender en que aún hoy continúen vigentes. Nos vamos meditando y pensando que no se trata de imponer y ver quién tiene la razón, que cultura es mejor que la otra. Que cada uno haga su proceso mental y espiritual y después saque sus propias conclusiones. Todos los países, naciones y culturas tienen sus avances y retrocesos, las cosas buenas y las pestes, ejemplos y valores que nos enorgullecen frente al mundo y los que nos empantanan en la mediocridad. En un mundo en el que muchos gobiernos y medios infunden miedo a lo extraño, ridiculizan a lo diferente, atacan lo desconocido; intentar entendernos, empatizar con lxs que están allá lejos, acá cerca, ahí a la vuelta, en la esquina o en la otra punta, es un comienzo.


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Si querés saber más sobre nuestro paso por Oman, te invitamos a leer «Tres viajes a dedo tres cortas anécdotas en el desierto» y la «Guía de Oman para mochileros»


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