TRES VIAJES A DEDO, TRES CORTAS ANÉCDOTAS EN EL DESIERTO

Por Bruno Bosio


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PAISAJES DE LO ABSURDO

Abril de 2018. Haciendo dedo en Sinaw, Omán. La temperatura llega a los 42 grados. Nos azotan fuertes ráfagas de fuego que algunxs llaman viento. Encontrar un árbol o una sombra es mas difícil que localizar a wally en una megalópolis china. Son las cuatro de la tarde. Hace tres horas que estamos y nada. Mucho esquive de beduinos que nos quieren cobrar el viaje. Un rato antes visitamos los mercados de esta antigua tribu de nómadas del desierto en Sinaw.

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Un tipo se nos pega sonriente al lado de nuestras mochilas, en la poca sombra que reflecta una camioneta estacionada. Luego de saludarlo le pregunto que necesita y de donde es. No habla ingles pero me dice que es de la India, asentando con su cabeza mientras se sigue riendo. Habla con algunas camionetas que pasan. Por los movimientos que hace parece que también está buscando un viaje. Le explico que estamos haciendo dedo y que de a tres es difícil, que por favor vaya a otro lado. Vuelve a asentar con su cabeza y a reirse pero no se mueve ni un centímetro.

Por la ruta un tipo pasa caminando, va trajeado y con una valija con rueditas. Viene un árabe y me dice que no hagamos mas dedo que el colectivo pasa al otro día y nadie nos va a llevar. Le digo gracias pero que estamos con tiempo, vamos a seguir intentando unas horas más. Refunfuñea, se enoja y me insiste con su idea. Con toda la paciencia del mundo le vuelvo a dar las gracias y le digo que ya decidimos seguir haciendo dedo. Se va sin saludar pateando una botella. Un grupo de cabras cruzan con perfecta educación la calle. A 50 metros un camello merodea con su boca un tarro de basura.

El hombre sonriente sigue pegado al lado de mi mochila. Cuando frena un auto que no va a donde nosotros vamos el tipo aprovecha la jugada y nos usa de carnada. Me saca de quicio y con Agos levantamos la voz para que entienda que se vaya de al lado de la mochila. Finalmente se va a otra sombra más adelante. El calor está jodido. Sopla viento pero es puro aire caliente. Y pesar que hay ciclistas pedaleando por el desierto…seguramente lo haran en horas temprano a la mañana y a la tardecita. Al mediodia sería un suicidio.. como pedalear adentro de un horno.

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Seguimos esperando. No sé si todo lo que pasó fue realidad o brotes de imaginación propios del desierto. Le hago dedo a un extrafalario camión sin expectativas de que pare, y como el autostop siempre es pura magia, para. Es un pakistaní con el que no tenemos idioma en común para dialogar. Me hace entender que va para otro lado y mientras estoy por dar media vuelta el se rasca la cabeza, piensa dos segundos y me regala dos rodajas de naranja y media manzana. Un groso.

Un auto frena y me despierta del sueño. El beduino no quiere llevarnos gratis al igual que muchos que ya pasaron. Ya vamos cuatro horas y el calor sigue en modo infierno. Regateo con fiereza hasta llegar a un precio justo. Llegamos a un acuerdo. Salimos hacia Muhut.

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Mercados beduinos

Como no teníamos couchsurfing ni nadie que nos aloje en Muhut, armamos la carpa enfrente a una mezquita, bajo un oasis de arboleda. Era solo pasar una noche para el otro día seguir a camino a la isla de Masirah. Ya a esa altura nos habíamos acostumbrado a despertarnos a las 5 de la mañana con los rezos cotidianos al estilo mantras salidos de los altoparlantes de las mezquitas. Unos burros merodean nuestro campamento. Como no ven señales de comida alrededor, siguen camino vaya saber uno hacia donde. Esa noche sería una de las dos noches que armamos la carpa en Omán. Los restantes veintisiete días seríamos alojados en casas de omaníes.

Aunque parezca increíble hay muchísimos mosquitos en el desierto de Omán. Lo bueno es que son principiantes, no están entrenados como los de Santa Fe. Sólo revolotean por el cuerpo y de vez en cuando alguno se anima levemente a picarte. No sé si no saben picar o no les interesa mi sangre sudaka. Me duermo lentamente con esa duda zigzagueandome en las orejas mientras el principio de un sueño se acerca.

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UN BEDUINO CONOCIENDO ARGENTINA

Primero teníamos que ir a Shannah y de ahí tomar el ferry a la isla de Masirah. Estábamos haciendo dedo en Muhut, a escasos 50 km de Shannah. Frena una camioneta, otro beduino. Hablaba solo unas cuántas palabras en inglés. Desde el momento en que le dije que éramos de Argentina se quedó como atontado repitiendo pensativo: «le arsheentina, le arsheentina»… y después seguía con «le arshentinin, le arshentinin», una y otra vez como un casette fallado los 50 km que duró el viaje. Primero pensaba que el país estaba en europa. Después cerca de Estados Unidos. Cuando le mostré el mapa de Sudamérica no lo podía creer, lo miraba tanto que daba miedo que deje de mirar la ruta semidesolada pero no ausente de camellos salvajes y algunas que otras camionetas. Así siguió todo el camino. Con mis dos o tres palabras en árabe y sus dos o tres palabras en inglés. Pero el intento de conversación era monotemático. El nombraba «la arshentina» y se quedaba pensativo. Por momentos me volvía a preguntar de donde éramos. Después respondía con un: «ahhh…¿good country?» De a ratos insistente me volvía a pedir el celular para ver dónde quedaba mi país. La última vez le mostré el mapa de lejos en un movimiento rápido sin soltar mi teléfono por el potencial peligro que implicaba que se lo quede mirando unos veinte o treinta segundos seguidos olvidándose completamente de que estamos en la ruta. Llegamos a Shannah sanos y salvos con un beduino contento de conocer en el mapa, la Argentina.

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Lindo está para hacer dedo, no?

EL PRECIO DE UN AVENTÓN

Íbamos en el ferry gratuito de vuelta desde la isla de Masirah a Shannah. Allí conocimos a Saif, un pibe de 23 años que estaba de vacaciones por quince días dando vueltas en su camioneta por el país. Nuestra idea era empezar el largo camino de cientos de kilómetros hasta Salalah, la ciudad al sur del país, casi en la frontera con Yemen. Se ofrece a llevarnos 150 km hasta Duqm. Desde el primer momento el tipo se notaba algo extraño y bastante (por no decir completamente) perseguido. Primero nos pregunta cómo se nos ocurre andar viajando por Omán solos a dedo sin un arma para defendernos. Acto seguido nos muestra un cuchillo al estilo «Rambo» que guardaba abajo de su asiento. Para no quedar atrás le muestro mi cortaplumas suizo, gran regalo de cumpleaños que me hizo un amigo. «¿Defendernos? ¿de quién?» le pregunto. A lo que me contesta: «¡Esto es el desierto! no sabés que loco puede aparecerte por ahí…» Le pregunto si algún vez le pasó algo ya que hasta ahora todos los omaníes nos han dicho lo contrario, incluso los relatos de otras/os viajeras/os que han caminado estas tierras aseguran que es un país muy seguro, especialmente para hacer dedo y acampar libremente en cualquier lado. «Hasta ahora no me pasó nada, pero vos sabes, esto es como Texas, tierra de cowboys». Hace una pausa pensativo mirando el horizonte. «Alguna vez me gustaría ir para allá» confiesa. «Ahá, ok, si vos lo decís» pienso por dentro… De a poco me va cayendo la ficha con qué clase de personaje estamos viajando.

Nos pasa una camioneta de frente a toda velocidad. «¡Vieron eso! ¡vieron eso! nos acaba de sacar una foto!» grita Saif desesperado. La verdad que me estaba durmiendo y no vi nada. Le pregunto si está seguro de lo que vió y porqué alguien nos querría o podría sacar una foto a semejante velocidad. «Son las cámaras del gobierno», asegura sobresaltado. Entre el calor de cincuenta grados, la ruta desolada y la tendencia creciente de teorías conspirativas, a esta altura creo que me estoy volviendo loco…

Seguimos por la ruta hablando de temas culturales, económicos, sociales y las diferencias entre Argentina y Omán. Saif nos pregunta qué es el crimen. Dice no saber lo que significa. Media hora atrás nos muestra un super cuchillo afilado para defenderse de los supuestos «agresores» del desierto y ahora nos dice que no sabe lo que es el crimen! Ya la situación se iba poniendo seria. Le cuento algunas de las cosas injustas y terribles que tenemos en nuestro país: violencia policial, gatillo fácil, robos, violaciones, corrupción, etc. Le pregunto que tal en Omán. Me contesta que la gente en Omán fuma puchos, él incluído, a escondidas de su familia. «Este país está muy mal…» pienso.

Llegamos a Duqm y Saif nos invita a ir a su lugar preferido en el desierto para pasar la tarde y quizás también la noche. Dudamos un rato qué hacer ya que estamos en presencia de un personaje bastante especial y no sabemos con qué nueva actuación nos sorprenderá. La tarde estaba cayendo y seguir a dedo no era buena opción. La otra era inventarle alguna excusa perderlo, decirle que teníamos un amigo que nos recibía en la ciudad. El tipo se mostraba bastante entusiasmado en compartir con nosotros así que decidimos seguirle la corriente. Solo una noche de acampada y al otro día volvemos a la ruta. Cuando llegamos lo único que se veía alrededor era basura, unos ranchos abandonados y una escasa vegetación que hacía las veces de toilette. Muy pintoresco el escenario preferido de Saif.

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Estaciona la camioneta, descarga las típicas alfombras omaníes para comer y tomar el té y se lava las manos para ir a rezar. Después de rezar nos pregunta tímidamente, pidiendo que no nos ofendamos, cuántas veces rezamos por día en nuestra religión. Uf, ¿cómo explicarle y hacerle entender que nuestro «Dios» es la pachamama y creemos en la voluntad humana de cambiar la historia? ¿Cómo hacerle entender que no somos religiosos a un pibe nacido y criado bajo el manto del Islam?. Por las historias que nos viene contando pareciera ser un joven bastante conservador. Una vez en sus años de universidad una chica le declaró su amor y como está prohibido el sexo fuera del matrimonio, el la rechazó. Esta vez la hacemos fácil y la dejamos pasar. La respuesta es que somos cristianos y en Argentina cada uno decide a que hora rezar.

Aburrido e inspirado frente al inmenso silencio del paisaje me pongo a tocar el charango. Cuando voy por la mitad de la segunda canción Saif me interrumpe brusca, ingrata y cruelmente para decirme que por favor pare porque a la gente que vive cerca no les gusta el ruido, que quieren estar en silencio. ¡Absurdo! ¡Si estamos en medio del desierto! ¡Se ven casas recién a 1000 metros de distancia! Me pone furioso. Ya la situación se estaba yendo de mambo. Definitivamente no hay onda entre nosotros dos. A ver, yo entiendo que mi voz no es la de un dulce violín en primaveras de jazmín ni me acerco a los talones a lo que se dice ser un verdadero y profesional «cantante», pero hermano, ¡no me cortés a mitad de tema! Ni pongas esa ridícula excusa. Soy creyente en la cordialidad de esperar que alguien termine la canción para decirle que siga, que pare, para tirarle tomates, flores o lavandina. Pienso que tal vez me equivoco. Que él tiene razón, estamos en sus tierras y las cosas son diferentes. Trato de tranquilizarme y darle otra oportunidad a la tarde con nuestro nuevo amigo Saif.

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Ni unos ricos mates parecían cambiar el rumbo de la tarde…

El atardecer va llegando y el sol cada minuto se agranda más en el horizonte. La vista es increíble, el paisaje nos pide a gritos que congelemos en la cámara ese único y cálido momento. Muy inteligente Agos capta el mensaje y enseguida desenfunda el artefacto digital. Cuando su dedo va por el tercer click, sorpresivamente Saif interviene para decirle que no saque más fotos, ya que la supuesta gente que vive en las casas a mil metros no les gusta que le saquen fotos. Ya esto el colmo, no está tomando el pelo. Me levanto indignado frente a la bizarra situación. Le explico que estamos sacando fotos al hermoso atardecer, nada de fotos a una inexistente gente. Me dice que por favor no continuemos, que a la «gente» no les gusta que les saquen fotos en su propiedad privada. Me voy a caminar. Me río para no llorar. Camino en círculos para relajar, me resigno y calmo para que no me salte la térmica. La verdad que no da para terminar preso en el sultanato de Omán.

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Pese a la resistencia y los caprichos, con una nos quedamos..

Entra la noche y con ella un rocío abundante nos baña en su pegajosa humedad, coronando la frutilla al postre que faltaba para terminar el día. Estamos a treinta kilómetros de la ciudad, difícil escapar de este agujero sin sentido y hacia ninguna parte. De qué vale discutir con este terrícola. Miro al cielo y pienso: «Somos afortunados. Agradezcamos que estamos vivos en el medio del desierto, aún en presencia de un omaní muy particular. Acaso, ¿quién tiene todos los patitos en fila? A veces los patitos derrapan y están en cualquiera. Suele suceder.

«Que Alí Babá y los camellos nos protejan con su manto.»  Buenas noches.-


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