Por Bruno Bosio

INSEMINANDO LA AVENTURA EN EL ITINERARIO
Toda/o viajera/o sigue o rechaza señales del camino. A donde nos llevan, o si nos llevan a algún lado, no lo sabemos. Siempre estamos corriendo riesgos. A veces nos conducen a buenos puertos, a inesperados, impensados y asombrosos nuevos caminos y momentos. En otras ocasiones no nos llevan a ninguna parte (o nos creemos eso) y emprendemos la vuelta al principio. Pero hay otros casos en los que cuesta leer el mapa, nos resulta extraño, difícil; los senderos no están bien marcados, nos cuesta leerlos, interpretarlos, la ruta a seguir está borrosa mientras la cruda realidad nos interpela, golpeando nuestras expectativas, preconceptos y empantanando al movimiento. No nacimos sabiendo viajar, por eso se aprende viajando, errando, levantandonos y probando una y otra vez. Esta experiencia por Borneo, fue una enroscada materia a rendir en esta universidad transhumante.
Conocimos a Francisca de la red de couchsurfing en Kuala Lumpur. Despúes de agasajarnos con una deliciosa variedad de comida malaya y china, ella nos confiesa que nació en la aldea de Long Tungan en la isla de Borneo, donde aún vive su familia. Años atrás, ella se muda a la capital del país para trabajar de masajista. «Kenyah» es el nombre de su etnia, totalmente desconocida para nosotros. Francisca, nombre dado por los misioneros católicos en Borneo o «Buryng» como nos revelaría más tarde su verdadero nombre kenyah, nos muestra algunas imágenes de sus familiares y amigxs en el pequeño caserío al interior de la jungla y algunas músicas y canciones típicas de su comunidad. Nos habla sobre las tradiciones que aún perduran y las que se van perdiendo, sobre la inmensa explotación y destrucción de la selva que vienen haciendo las empresas de aceite de palma, madereras y papeleras desde los años ’70 a un ritmo permanente. Sobre la alianza gobernante en el país con el Partido Barisan Nacional a la cabeza, en el poder desde hace más de 57 años y muy cuestionado por censura a la oposición, que con jugadas inteligentemente perversas capta y transa con líderes de las comunidades indígenas prometiendo «progreso y desarrollo» y algunos «espejitos de colores» materiales como camionetas a cambio de trasladarse a sitios urbanos y dejarle la enorme riqueza de la selva a los grandes capitales. Nos cuenta sobre la historia de Bruno Manser, un militante suizo ecologísta y de los derechos humanos que en 1984 dejó toda su cómoda vida en la ciudad para irse a convivir con los Penan, otra de las etnias de Sarawak. Allí aprendió durante largos años a vivir, cazar, pescar, pensar y sentir como un indígena en un proceso de ayudar a las tribus y aldeas a empoderarse, organizarse y defenderse de los embates continuos del gobierno y las corporaciones. Desde entonces empezó una cruzada del gobierno por su cabeza y Bruno Manser está desaparecido desde el año 2000. Con la euforia, la piel de gallina y las palpitaciones que genera escuchar todos estos relatos le preguntamos a Buryng si es posible y factible llegar hasta Long Tungan. Para alegría nuestra su respuesta es afirmativa, pero nos recalca y repite insistentemente que tengamos mucho cuidado. Cuidado con quienes hablamos y lo que hacemos ya que muchas personas nativas de las propias comunidades trabajan con el gobierno y las empresas, además de que la gente no está acostumbrada a ver ni turistas ni mochileras/os. En el momento no captamos del todo el mensaje pero más tarde nos daríamos cuenta al cruzar grupos en camionetas armados y constantes preguntas al estilo: «A que vienen ustedes acá?»
Antes de despedirnos con nuestra anfitriona, nos dibuja un mapa con los pasos a seguir para poder llegar. La cosa no es sencilla. Primero tenemos que decidir si estamos dispuestos a gastar en un pasaje de avión a Borneo, con los gastos que eso implica y dejar de lado muchos lugares en la Malasia del oeste, ya que solo tenemos 45 días para estar en el país. Una vez en Borneo, para llegar a Long Tungan hay que adentrarse 300 km desde la costa hasta la plena jungla, atravesando los primeros cien kilómetros de pavimento y los doscientos restantes de tierra; mucha pero mucha tierra. No hay colectivos ni transporte público alguno en esas rutas; por eso no hay problema, con gusto y placer levantamos el dedo pulgar para movernos. Por último vienen tramos en canoa por escondidos ríos selváticos que solo navegan quienes hace años viven por la zona.
Malasia es un país que está dividido en dos; por un lado la Malasia occidental que se ubica al sur de la gran masa de tierra del continente asiático limitando al norte con Tailandia y al sur con Singapur, y por otro lado los territorios de Malasia en la isla de Borneo divididos en dos provincias, Sarawak y Sabah. Además de sus innumerables atractivos naturales desde profundos bosques, valles de montaña y cantidad de playas paradisíacas, Malasia se destaca por su variedad étnica y linguística, diversidad religiosa y amplitud gastronómica y cultural. En sus territorios occidentales cuentan con tres principales culturas: Malaya de mayoría Islam, India adeptos al hinduísmo y chinas y chinos profesantes del budismo y demás religiones. Según nos revelaron distintas personas que fuimos cruzando en el viaje, lxs chinos y descendientes de ellxs nacidos en el país controlan la economía, las/los malayos la política e Indios e Indígenas raspan las migajas de lo que queda. En Sarawak habitan unas 30 etnias diferentes. La cultura «Iban» ocupan el primer puesto demográfico. Luego lxs malayos, en tercer lugar lxs chinxs y por último las comunidades indígenas Kenyah, Kayan y Penan entre otras. Esta interesante mezcla de gentes, colores, idiomas, sabores y olores, producto de movimientos humanos y pasadas migraciones genera un particular cóctel cultural que marca una diferencia con los países vecinos, siendo una gran oportunidad la experiencia de viaje por este sorprendente país.

A DEDO POR LA SELVA ENTRE PLANTACIONES DE PALMA, CAMINOS POLVORIENTOS Y MELODÍAS DE SAPE
Una intensa búsqueda de vuelos baratos con una aerolínea de bajo costo nos dió el ticket a veintocho euros cada uno que necesitábamos para llegar a Borneo. Una vez llegados, arrancamos la travesía en la ciudad costera de Miri. Teníamos 300 km por delante para llegar a Long Tungan. En nuestro primer día de dedo nunca estuvimos mas de tres minutos esperando para que nos levanten, un record único. Tampoco necesitamos salir de la ciudad. Nos movimos solo unas cuadras para llegar a la avenida principal y enseguida frena una camioneta cuatro por cuatro con aire acondicionado al mango. Uff que respiro porque afuera es un infierno de calor super húmedo y pegajoso quemando la piel y con poco viento para respirar. Me hace acordar mucho a los veranos en Santa Fe, mi ciudad natal y a un viaje por Paraguay. En estos primeros tramos pavimentados, mas allá de la banquina, la monotonía cromática visual de las palmeras en todo el camino. Empezamos a ver los primeros campos de selva arrasada a gran escala para producir aceite de palma. El aceite de palma es demandado principalmente por corporaciones alimenticias, pero también de cosmeticas (presente en shampoo, pintalabios, dentífricos, cremas) y agrocombustibles como el biodisel. Además de que su exacervada y amplia producción amenaza los ecosistemas locales y algunos importantes mamíferos como los Orangutanes de Borneo, también su elevado uso en alimentos genera aumento del nivel de colesterol y problemas cardiovasculares. Mientras miro por la ventana, me acuerdo los pareceres de viajar por algunas rutas y provincias del centro de mi país con sus largos e interminables campos de soja. Averiguo por internet y wikipedia me dice que la producción de aceite de palma solo es superada por la de aceite de soja en Argentina, Brasil, Estados Unidos y la Unión Europea. Seguimos ganando el primer puesto de este monocultivo maldito.
La familia que nos lleva es musulmana, my simpática y no sabemos muy bien adonde van pero tampoco queremos bajarnos porque el aire acondicionado se está disfrutando como un deseado elixir. Hacemos una parada en su casa a dejarle una vianda al hijo adolescente. Por un segundo no se si estamos en la casa del mismisimo sultán de Brunei. Pedazo de mansión con más vehículos tipo ferrari aparcados en la entrada, un living amplio y finamente decorado, con un piano de cola reluciendo silencioso en una esquina. Álbum de fotos con vacaciones en Australia y China. Vaso fresco de agua y seguimos viaje. Ahora si parece que vamos camino a Sapok, pequeño paraje que marca el fin del pavimento y de los primeros (y acolchonados) noventa kilómetros de ruta. En el camino la señora le confiesa a Agos que no van a ningun lado especifico; como es domingo salieron a dar una vuelta en auto y como nos vieron haciendo dedo en el calor abrasador del mediodia, decidieron levantarnos y ayudarnos acercandonos hasta otro punto de nuestro camino. Casi 90 km nos llevaron por pura buena onda y ganas de darnos una mano en nuestro largo camino a Long Tungan. Nada mal este primer aventón.

Quince minutos dando vueltas por el caserío suficientes para empaparnos de una intensa y variada gama de olores a transpiración. Caminamos unos metros para llegar al cruce de rutas. Antes de levantar el dedo, tomo la debida precaución de ponerme desodorante en aerosól por si se viene otro viaje adentro y así camuflar un poco los inciensos naturales del cuerpo. Ante todo, suavizar los olores mochileros para no desanimen a los automovilistas a seguir llevando a la comunidad viajera. Enseguida frena una camioneta; ni un minuto y medio de espera. Las plantaciones de palma se terminaron y ahora empieza la verdadera y frondosa jungla. Se empiezan a divisar algunos caseríos y puestos de venta de frutas cada tantos kilómetros. Valles con lagunas tropicales, frágiles, viejos y crujientes puentes de madera cruzando ríos espesos y marrones cambian abruptamente el paisaje de tan solo unos minutos atrás. Afuera el clima es un horno a escasos 39 grados. Adentro el aire acondicionado es una suave caricia a nuestros cuerpos transpirados.
El conductor que nos lleva es malayo, trabaja para una empresa maderera en la región. Apenas unos minutos más tarde de los saludos iniciales irrumpe la conversación con las típicas preguntas que escucharemos en todo el viaje: «¿Cuál es el motivo de su visita?» «¿Porque eligieron venir acá?». Sus preguntas suenan más a un inquisitivo manual de investigación que a la simple curiosidad. Hablamos sobre los pocos grupos nómades que quedan en la zona. «Nosotros les queremos dar hospitales, escuelas, casas y demás cosas para que se asienten en un lugar, pero a ellos les gusta moverse de un lado a otro». Ese «nosotros» me suena a un todo gobierno – corporación maderera. En un pasado no muy lejano, de algunas décadas atrás, había miles de personas viviendo en comunidades nómadas. Ahora se dice que solo quedan doscientos de ellxs. Para su supervivencia, la situación no es nada fácil para estos grupos. Se ven atacados por una doble cruzada en un mundo que avanza desde hace largos milenios hacia la vida sedentaria, y desde mediados del siglo XX al imparable éxodo del campo a la ciudad.

Entrado el atardecer llegamos a Kilo Ten, otro paraje perdido de unxs pocxs habitantes. Nos despedimos del señor y nuestras panzas hambrientas y sedientas caminan solas hasta el oasis del único almacén – restaurante – pensión abierto a kilómetros a la redonda. Nos despanzamos con unos platazos de arroz con de todo y al ver lo barato que sale dormir allí, decidimos pasar la noche para el otro día salir frescos a la ruta. Aún quedan 130 km hasta Long Tungan.
La mañana siguiente costó un poco más el autostop. Dos horas y media de espera. Claro, es que el camino está desolado, pocos vehículos particulares se dirigen hacia allá. A cada rato se ven muchos camiones de la empresa maderera «Timberland» llevando enormes, largos y antiguos árboles cortados de la gruesa madera Timba, de moda en Japón para construir las casas. Una triste imágen difícil de asimilar. No solo por la propia destrucción del habitat natural de muchas especies (los orangutanes, únicos en el mundo que habitan solo en Borneo e Indonesia, viven la mayor parte del tiempo en los árboles y necesitan ejemplares fuertes y altos para moverse), sino al ver que los propios nativos que antes vivían en autonomía de los que les daba el bosque, ahora trabajan en estas empresas cortando sus propios y ancestrales árboles. Mientras tanto, el grueso de la ganancia se va para otros puertos. Por un lado me lamento y me enojo frente a esta realidad pero por otro pienso que no debo sacar conclusiones apresuradas, primero debo hablar con la gente, con lxs propios nativos. Quizás ellxs están de acuerdo y no ven así la realidad de lo que está pasando, quizás están contentos de que ahora tienen un trabajo formal como la mayoría, que usan dinero y pueden comprarle a sus hijos lo que necesiten o pagarles los estudios en la universidad, o quizás están cansados de siglos de vivir únicamente de la caza, pesca, recolección y acatando lo que dice la «tradición»; quizás ahora también quieren tener luz eléctrica, internet, mandar a sus hijxs a la escuela, tener una camioneta y ser partícipes de otra vida, de a una vida «moderna». Intento tranquilizarme, no puedo enroscarme en adelantar dogmáticas y ficticias conclusiones si no conozco en profundidad la historia, las realidades materiales, espirituales y mentales de las comunidades de Borneo. Solo puedo imaginar y barajar hipótesis. Pero primero lo primero. Llegar a Long Tungan.

Nos levanta otra camioneta que nos lleva por espectaculares caminos de sierras y quebradas, con más puentes de madera atravesando ríos barrosos, correntosos, y una constante y bultosa jungla a ambos lados de la banquina. Nos cuenta la maestra que viaja con nostros que la ruta por la que estamos viajando se construyó a mediados de los años ’90. Antes de esa fecha, siglos, quizás milenios enteros la única vía de comunicación entre la ciudad costera de Miri y las aldeas del interor de Borneo, era a través de los ríos. Si nos está llevando ya dos días llegar a dedo por tierra , que aventura habrá sido viajar (o intentarlo) por esta zona treinta o cuarenta años atrás.

Llegamos a Long Siut, caserío de 60 habitantes, última estación por tierra hasta llegar a Long Tungan. Ahora solo falta el tramo en canoa. Agradecemos la amabilidad de la maestra con su chofer y buscamos a alguien que nos pueda llevar en canoa hasta nuestro destino, la tierra de las/os Kenyah. Nos encontramos con Stephen alias «Long Lobati Wang», también kenyah. Nos avisa que su tío nos puede llevar en canoa, pero ahora no se encuentra y vuelve tarde, asi que tendrá que ser al otro día bien temprano por la mañana. «Pero no se preocupen, pueden dormir en mi casa», no dice. Nos relajamos, agradecemos la hospitalidad y por estar donde estamos, preparamos el mate y conversamos tranquilamente con nuestro nuevo e inesperado anfitrión. Stephen es músico y luthier del Sapé, instrumento ancestral y tradicional de lxs Kenyah. Cada Sapé le lleva aproximadamente un mes de construcción que luego vende en mercados en Miri o por internet.

Tuvimos el placer de escuchar las armoniosas melodías que salen de la magia de Stephen al tocar el Sape:
ENTRE TRADICIÓN Y GLOBALIZACIÓN: EN BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD KENYAH
La mañana siguiente nos despierta antes del amanecer el tío de Stephen con la canoa lista para zarpar. El viaje por el río fue uno de los desayunos más espectaculares que haya tenido jamás. Una espesa niebla nos acompaña durante el recorrido como envolviendo en un manto blanco la imponente arboleda que resalta de los barrancos. El tío de Stephen controla el pequeño motor de la canoa mientras su esposa da zancasos con un remo esquivando de no estamparnos en los rápidos contra las piedras. La vista es tan sorprendente que ya no pierdo tiempo intentando proteger las mochilas del agua que entra por la angosta barcaza; mis ojos revolotean y dan vueltas girando como en un sueño donde cada minuto es un cambio de paisaje en el movimiento.
Finalmente llegamos. Pasamos un breve trago amargo cuando el dueño de la canoa nos pide que paguemos una suma exageradamente extrasideral por el trayecto de cuarenta minutos por el río. Después de pelear y regatear un rato finalmente logramos un acuerdo, aunque debido a la insistencia del hombre, no tan saludable para nuestros bolsillos. En el momento estaba muy enojado y con bronca con la situación; el tipo se quiso aprovechar tremendamente y exageró inflando sin límites el valor del viaje. Ahora que lo miro desde lejos ya está, el error fue nuestro de no arreglar acordando el precio de antemano. Los viente euros entre los dos valieron el excitante e inolvidable viaje.
Damos los primeros pasos en tierra y observamos las típicas «long houses» o casas largas comunales de las que tanto oímos hablar y visto en fotos. Se trata de las antiguas y tradicionales casas comunitarias de Sarawak construidas longitudinalmente, unidas por un mismo techo pero separadas por paredes donde viven las distintas familias. Se construyen en altura a raíz de las crecidas anuales del río. Hay poco y nada de movimiento en el poblado. Cruzamos a un hombre entrado en años que se dirigía a la cosecha de arroz. Le preguntamos donde estaba la gente. «Muchos jóvenes ya se han ido o están en planes de mudarse a la ciudad. Acá no hay nada para hacer. Los que quedamos estamos llendo todos los días a la cosecha de arroz». Damos unas vuelta por el caserío. La imágen es increíble. En el medio de la selva, un pedazo de tierra plana de unas cuantas casas donde supuestamente viven ciento cincuenta personas. Las «casas largas» están ubicadas en ronda bordeando lo que actualmente es una cancha de fútbol y de basquet. En el otro extremo del terreno se encuentra la escuela. Abajo el temeroso y rápido río Baram por el que vinimos. En cualquier dirección que se pose la mirada, selva y nada más que selva.

Nos recibe el jefe de la comunidad, Petrus, hermano de Francisca. Él y su familia nos saludan muy tímidamente, con miradas frías, esquivas y distantes. Las percibo tristes y desganadas. La comunicación es más que complicada, a simple vista pareciera que hablan solo unas pocas palabras en inglés, pero es solo nuestra primera impresión. Petrus nos muestra donde podemos dormir y se va. No busca el diálogo ni el encuentro en lo más mínimo. Mi mente fabricadora de suposiciones y expectativas se ve doblegada por la difícil realidad. ¿Cómo entrar en confianza? ¿Cómo superar la barrera idiomática y cultural? Recién llegamos y no es nada fácil la adaptación, ni para ellxs ni para nosotros. Hay que esperar y buscar superar las barreras que se nos presentan para poder entrar en confianza. De todas maneras aún nos sigue retumbando por el cuerpo lo último que nos dijo Francisca antes de despedirnos: «mi comunidad está en vías de desaparecer»
Visitamos la escuela de la comunidad. Nos hacen pasar a una sala muy atenta y coordialmente un profesor y una profesora. A la par que bebemos unos frescos jugos, cuentan su historia. Nacieron en la malasia continental, estudiaron profesorados y luego el gobierno los mandó a trabajar en las escuelas rurales de todo el país donde hacÍan falta maestrxs. A ellxs les tocó Long Tungan en Sarawak. En la escuela se enseña en malayo e inglés, el detalle es que en la comunidad se habla Kenyah. Muchos niños y niñas prácticamente viven y son criados en la escuela. Así es el caso de Petrus, nuestro anfitrión, padre de seis hijos. Dos de ellos viven en su casa y el resto en la escuela local que además alberga otrxs 17 niñas y niños. La institución queda a escasos cien metros de sus casas, sin embargo viven y son criados en ella al estilo pupilo. No logro comprender si los padres abandonan consentidamente a algunxs de sus hijxs por no poder mantenerlos o alguna otra razón. Lo triste y extraño (o no tan extraño) es que en la propia escuela de la comunidad no les enseña a lxs niñxs a hablar en su propia lengua nativa. Junto al abandono consentido que realizan sus padres, parecería como que la institución y la propia familia los estaría preparando lentamente para abandonar la comunidad donde nacieron e insertarse en el mundo urbano y globalizado por fuera de la selva de Borneo.



Damos unas vueltas en solitario por la orilla del río y los alrededores. A la siesta el calor no afloja pero unos nubarrones que se ven a lo lejos parecen que traerán la lluvia de todos los días, y con ella, un aireada de frescura a las pegajosas temperaturas de Sarawak. En Borneo solo existen dos estaciones al año y no están fijadas en el calendario con rigor ya que cada año es diferente. La época de lluvias, de mediados de octubre a fines de febrero, y luego la temporada seca de febrero- marzo a octubre. Nos cruzamos nuevamente al mismo señor que habíamos visto en la mañana. Con él intercambiamos unas rápidas conversaciones en inglés. Nos enseña que hace mucho pero mucho tiempo atrás, la etnia kenyah eran nómadas originarios de la zona de Kalimantan en Indonesia. Más tarde, muy lentamente fueron moviendose hasta llegar a habitar lo que hoy es el Borneo de Malasia. También nos cuenta que antes de las llegadas de las misiones religiosas católicas y evangelistas, la mayoría de las comunidades indígenas eran animistas, es decir, creían en sus propios dioses del monte. Al día de hoy, solo algunxs conservan esas creencias. Las doctrinas «que ganaron» se quedaron y construyeron sus respectivos templos en la aldea. Cuando nace una niña o niño kenyah les ponen dos nombres, el nativo y el católico/evangelista. Así fue el caso de Francisca alias Buryng y de toda su familia.

La lluvia no tardó en desatarse a mansalva. Los chaparrones son fuertes e intensos pero no permanecen por horas, cesan al poco tiempo. En la casa no hay luz eléctrica. Solo algunas cuentan con generador propio, así como la escuela. Doy vueltas en el piso de madera tratando de espantar los mosquitos, el calor, la humedad y los pensamientos. Me cuesta montones. Mi cabeza vuela a ritmos desorbitados tratando de comprender todo lo que estamos viviendo. Lo único que logro es hacerme más y más nuevas preguntas.
Decidimos con Agos ofrecernos como voluntarios para la cosecha de arroz de la mañana siguiente. Al comunicarle la idea a Petrus y a su hermano, Dominic, una leve sonrisa se dibujó en sus rostros. Bien, pasamos la primer puerta. Tal vez compartiendo una jornada de trabajo con ellxs podamos entrar más en confianza y así escucharlos hablar sobre sus historias de familia, del poblado, sobre el gran cambio de las últimas décadas, su realidad actual y si hay o no proyectos, sueños y anhelos de resistencia. Saber si en sus corazones laten fuerzas de organizar y enfrentar la situación del éxodo de sus jóvenes hacia la ciudad, de parar la destrucción de la selva, si hay o no deseos de mantener viva la comunidad Kenyah para que no desaparezca Long Tungan. O mínimamente tratar de entender como ellxs observan el entorno, si están o no de acuerdo, acompañan o miran desde otro ángulo lo que pasa con su pueblo.
Logro acallar por un rato los enroscados pensamientos y preguntas que intentan entender la realidad de lxs Kenyah. Nos vamos a dormir con una pequeña sensación de esperanza. Mañana algo, o todo será diferente a hoy.
DOS ARGENTINOS ENTRE CAMPOS DE ARROZ KENYAH
A la mañana temprano el equipo está listo para ir a trabajar. El campo de arroz no está cerca. Hay que cruzar el río en canoa y después andar una hora en camioneta por un camino difícil, barroso, lleno de piedras y cuasi destrozado. Es una ruta alternativa a la que hicimos para llegar y para nada transitada justamente por sus nefastas condiciones.
Antes de subirnos a la canoa, Dominic, el hermano de Petrus, que venía acarreando desde su casa un pote lleno de basura inorgánica (plásticos, envoltorios, botellas, etc) los arroja sin pudor al río. Mientras observo la terrible imágen de un indígena contaminando su propio río se me avalanchan mil preguntas a mi cabeza. ¿Que pasará por su mente? ¿Pensará que los plásticos serán desintegrados por el río? ¿O será que no le importa? Se me vienen a la mente decenas de charlas con mis amigos y amigas, pensamientos, ideas, textos leídos en redes sociales y artículos de internet o cómodos debates de «café» o mate desde un rincón urbano cuando escuchaba que había q ser y aprender de los indígenas porque ellxs aman y respetan a la madre naturaleza. Después de presenciar esta fuerte imágen siempre debo recordar y ser estricto en no generalizar ni formar estereotipos cuando de culturas y humanidad estamos hablando.
Subimos todas las herramientas y bartulos necesarios para la cosecha en la pequeña canoa fabricada de propias manos kenyahs. Mientras cruzamos el río Baram, Dominic, me pregunta: «Allá en argentina ¿no hay botes pequeños como este no? Seguro solo hay botes grandes». Su pregunta me recuerda inmediatamente a otra que un hombre tamil me había hecho unos meses atrás en nuestro paso por Jaffna, el norte de Sri Lanka: «Allá en argentina no hay calles rotas con baches como esta no?»
Viajamos en la chata de la camioneta con Agos, Dominic, las herramientas y esterillas para la cosecha y dos perros sarnosos. Adelante van Petrus, la esposa y su hijo. Durante la hora que duró el viaje fuimos haciendo un trabajo de ingeniería en acrobacias cirscenses como para no caernos de la camioneta o arriba de los perros con sarna en el maltrecho y arruinado camino al campo. Al mismo tiempo ibamos escuchando algunas historias de Dominc. Nos cuenta que trabajó muchos años para la compañía maderera encargada de cortar a los añejos y antiguos arboles timba. No solo trabajó en Malasia sino que también la empresa lo envió por un año a las islas Salomón y otro año a Australia. Aunque Dominic ve con tristeza el trabajo que tuvo que hacer él y continúa haciendo la compañía en su propio territorio, argumenta que era el único ingreso económico que podía traer a la comunidad. «Ahora salgo a cazar jabalíes, algunos ciervos y pesco en el río Baram.. una o dos veces al año también vamos a cosechar arroz, como ahora» Junto a estos trabajos, el trueque o intercambio con otras comunidades eran las únicas actividades comerciales de estos grupos antes de la década del ’70.
Llegamos al campo de arroz. El mismo queda dentro de Kelesa Camp, propiedad de una empresa maderera. Nos ponemos la ropa adecuada y preparamos las herramientas. La cosecha se hace a la antigua, a mano, seleccionando y cortando con tijeras o cuchillas los granos que ya están a punto. Nos prestan los sombreros tradicionales de paja, pantalones, guantes y camisas manga largas. Aunque el calor es abrasador, no sopla viento y la humedad sigue al 98 por ciento, es preferible y necesario cubrirse todo el cuerpo ya que las hojas de las plantas de arroz son muy afiladas. Unos buenos tragos de agua y como se dice habitualente en la jerga de mis pagos, «a poner el lomo nomás».


El trabajo es tranquilo, sencillo y en medio de un amplio y sereno silencio. Solo hay que buscar los granos dorados y marrones, cortarlos y amontonarlos en un balde. Especial cuidado en no cortar los granos verdes y y mucha atención de que los pies esquiven a las posibles serpientes cobras, que nos acaba de avisar Domincic, merodean la zona. Por momentos el excesivo calor me nubla la vista y me produce unos cuantos mareos. Tomo una buena cantidad de agua y continúo.
Trabajamos unas tres horas al hilo y nos tomamos un descanso para el almuerzo. En esas pocas horas entre cuatro cosechamos más de cuarenta kilos. Buen número por ser la primera vez. Vamos a comer a la vivienda de una familia amiga de Petrus y Dominc. Allí la jefa y jefe del hogar nos tienen preparada unas presas de pollo, ensalada y abundante arroz. Con la panza llena y contenta nos relajamos un poco para hacer la sobremesa. El hombre de la casa, Njaling, también es kenyah y se divierte platicando con nosotros recordando su olvidado inglés que no hablaba hace varias décadas. Entre charla y charla nos enseña frases y palabras en su idioma. Aquí abajo está la traducción fonética de algunas palabras kenyah al español:
A ke lau’uh (Estoy hambrienta/o) Pana (Caliente) Sunai pana (Agua caliente)
A ke clo nishap sungai pana (Quiero tomar agua caliente) Na nu pi (Soñando)
Lundo (Dormir) Anak (Hijos) Pisu serita (Contar una historia)
Srama du paiko (Hola) Tai nai lu! (Vamos!) Duian (Amigo) Tiga tawai (Gracias)
¿U denga? (¿Cómo estás?) Iko (you) ¿A’ e ko? (¿Quién sos?) A’ak (Si) Enta (No)
Nai kimi! (Vení!) Nan ko (Contigo) Ayen ti pa kena (No lo hagas así)
Ayen ti (Parar) ¿Guda u mon ko? (¿Cuántos años tienes?)
¿Ilu nadan ko? (¿Cuál es tu nombre?) Tawa (Reír) Anak nagne (Un bebe llora)
U yan (Lluvia) Tau (Sol) Amae (Padre) We (Madre) Uko (Abuelo y abuela)
U ian (Reparar) Ené (Este) Aien man (No tocar) Bulan (Luna)
Luten (Fuego) Sanganan Lató (Hermana) Lakii (Hermano)
Laki vio (Hombre viejo) Lató vio (Mujer vieja)
A ot (Jungla) Tu do (Serpiente) A ke ta an tu do ka dalam a ot (Yo vi una cobra en la selva) Nam baan (Mañana) Ña pde (Ayer) Ta uli (Hoy) Iaa man (Muy sucio) Na ake (Regálame) Lan yao (Tigre)
La mujer de la casa nos muestra como se tejen las produccionales tradicionales en mostacillas. Distintos mandalas, figuras humanas, animales de la selva y expresiones abstractas conforman el hermoso y variado arte que se utiliza como decoración para sombreros, cuadros, en prendas y vestidos y también como decorado en los hogares.


Ya es hora de volver al trabajo en el campo. Una foto de despedida con el equipo (faltó Agos) y de vuelta a la cosecha.

REFLEXIONES CON UNA MIRADA PUESTA EN VOLVER
Observamos y coincidimos con la primer kenyah que conocimos, Francisca, en que Long Tungan y las comunidades Kenyah rápidamente se están desintegrando y dividiendo tanto por fuerzas exógenas como endógenas. Por un lado está el embate de las empresas extractivas y el gobierno, que desde hace décadas tienen en la mira este gran pulmón del planeta que es Borneo, siendo el aceite de palma, la extracción de antiguos árboles como la Timba, el negocio de las papaleras, y las represas hidroeléctricas, las cuatro principales actividades a gran escala. Por otro lado, la colonización cultural, la pérdida de identitades colectivas y sentimientos comunitarios atentan fuertemente desde adentro contra la unidad y mantenimiento de los modos de vida.
En nuestro corto paso por la zona, vimos que muchas de las tradiciones y modos de vida ancestrales pasan por carreteras secundarias, terciarias o son un simple decorado en el medio del temeroso y destructor avance industrial – privatizador. Junto a la pérdida acelerada de territorios, el rol de las nuevas tecnologías (celulares, internet) y el intento cotidiano de «parecerse lo menos posible a un indígena» (ya sea por la discriminación histórica y actual que existe hacia ellxs o por otras causas internas) o lo que es lo mismo «intentar ser lo más parecido a un blanco occidental» teniendo un trabajo fijo, una vida urbana rodeada de cemento pagando los impuestos, son armas letales que hacen un trabajo muy fino y eficaz en las conciencias de la comunidad para abandonar la aldea y mudarse a la ciudad.
El idioma es el aspecto mas fuerte que aún se conserva, aunque dudo que dure muchas décadas más si hasta la escuela que puso el gobierno en la aldea solo enseña malayo e ingles, negando completamente el idioma local a las nuevas generaciones. Para nada es casual que la propia escuela instalada en la década del ’90 no enseñe la propia lengua kenyah.
Más allá de los grandes intentos de resistencia desde los años ’80 de los Penan junto al suizo Bruno Manser, el resto de las comunidades está pasando por procesos similares a los de la etnia Kenyah.
En base a lo que hablamos con distintas personas, preguntamos y leímos información en internet lxs Penan son el grupo que más resistió y resiste el avance de las empresas y la destrucción de sus modos de vida. Los demás grupos indígenas como lxs Kenyah han transado o aceptado pacíficamente el proceso extractivista impulsado por la alianza empresas – gobierno. Según declaraciones de este último, la tala en Borneo se produce sosteniblemente, pero a simple vista se observa que las cosas no son así.
Lamentamos enormemente no haber podido visitar las demás etnias de Sarawak, entre ellos las comunidades Penan, las aldeas que más deseábmos conocer. Solo pudimos hablar con algunos de ellos que viven y trabajan en la ciudad de Miri y alrededores. Por problemas de salud tuvimos que dejar de lado la visita a estas comunidades. Nos fuimos con muchas ganas de volver a Sarawak, visitar las comunidades Penan y tratarlos de ayudar en lo que sea y podamos para frenar el avance destructivo de sus selvas y que sus modos de vida y su etnia, no desaparezcan.

ACERCA DE BRUNO MANSER
Para adentrarnos en el tema, podemos ver en el siguiente video la historia de lucha de Bruno Manser durante sus largos años conviviendo con los Penan. (el único problema es que está en inglés)
SOLIDARIDAD CON LAS COMUNIDADES PENAN: ORGANIZACIÓN SURVIVAL
En palabras de la ONG: «Desde 1969 Survival International ha trabajado en colaboración con comunidades indígenas de todo el mundo y, junto a simpatizantes de más de cien países, ha liderado centenares de campañas exitosas por los derechos de los pueblos indígenas y tribales. Pero además de conseguir victorias específicas sobre terreno, nuestro movimiento está ayudando a construir un mundo en el que los pueblos indígenas y tribales sean respetados como sociedades contemporáneas y sus derechos humanos protegidos.
Existimos para evitar la aniquilación de pueblos indígenas y tribales y para proporcionarles una plataforma desde la cual dirigirse al mundo de forma que puedan dar testimonio de la violencia genocida, la esclavitud y el racismo al que se enfrentan a diario. Presionando a los poderosos ayudamos a defender las vidas, tierras y futuros de pueblos que deberían tener los mismos derechos que otras sociedades contemporáneas.
Algunas acciones propuestas por la ONG Survival:
– Escribir una carta al Gobierno de Sarawak en Malasia. Ínstales a que hagan algo urgentemente sobre la situación de los penanes.
– Escribe a la Embajada de Malasia en tu país.
– Sumarte como voluntaria/o para difundir y sensibilizar a los pueblos del mundo sobre la difícil situación que atraviesan los pueblos indígenas.
– Si quieres implicarte más, ponte en contacto con Survival: https://www.survival.es/indigenas/penan
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